16 julio 2024

Villamediana




Entrados ya en la segunda década del siglo XXI, la figura del conde ejerce una fascinación cada vez mayor, a medida que vamos cerrando el puzle de su vida arriesgada, incierta y aguerrida, con todas las incógnitas que todavía permanecen y seguramente permanecerán abiertas sobre la verdadera autoría intelectual de su asesinato. Y nos sirve, en cualquier caso, como retrato mayor de una sociedad, la de finales del siglo XVI y principios del XVII, extraordinariamente rica, vibrante y compleja en todos sus matices. Una edad de oro en la que el Mercurio de la corte de Felipe III y Felipe IV era árbitro de la elegancia, espejo de la valentía, maestro del amor y retrato puro del don de la insolencia. Por encima de todo ello, era necesario volver a apreciar una obra literaria escondida por la odiosa comparación con los fénix, los monstruos y los príncipes de las letras de su tiempo. Don Juan de Tassis y Peralta fue un hombre y un escritor de una vez. Para concluir, podemos quedarnos, sin temor a equivocarnos, con este retrato anónimo que le consagra como mal cristiano, gran desdichado, dilapidador de su fortuna, lujurioso en grado extremo, caballero, presumido, arrogante y poeta; sobre todo y ante todo, poeta:

—En esta losa yace un mal cristiano.
—Sin duda fue escribano.
—No, que fue desdichado en gran manera.
—Algún hidalgo era.
—No, que tuvo riquezas y algún brío.
—Sin duda fue judío.
—No, porque fue ladrón y lujurioso.
—O ginovés o fraile fue forzoso.
—No, que fue menos cuerdo y más parlero.
—Ese que dices era caballero.
—No, que fue presumido y arrogante.
—Sin duda fue estudiante.
—No fue sino poeta el que preguntas
y en él se hallaban esas cosas juntas.


Carlos Aganzo.
Don de la insolencia.
Juan de Tassis, Conde de Villamediana.
Siruela. Madrid, 2024.