21 marzo 2025

El más amado de todos los sepulcros




“El más amado de todos los sepulcros.”

Así define Alfredo Rodríguez el Sepulcro en Tarquinia de Antonio Colinas en el estupendo prólogo (“Una revelación de plenitud”) que ha escrito para la reedición exenta del poema en Ediciones del 4 de agosto.

Este es su memorable comienzo:

se abrieron las cancelas de la noche,
salieron los caballos a la noche,
campo de hielos, de astros, de violines,
la noche sumergió pechos y rosas,
noche de madurez envuelta en nieve 
después del sueño lento del otoño,
después del largo sorbo del otoño,
después del huracán de las estrellas,
del otoño con árboles de oro,
con torres incendiadas y columnas, 
con los muros cubiertos de rosales tardíos

Fechado en Monterosso al Mare en la primavera de 1972, es un largo poema de casi quinientos versos que dio título a uno de los libros más luminosos e intensos de Antonio Colinas, que se publicó hace ahora medio siglo, en 1975.

Sepulcro en Tarquinia es la culminación de su primera etapa poética, marcada por un culturalismo vivido y una intensa sentimentalidad neorromántica, por un lirismo telúrico y una admirable pureza formal, en definitiva, por una concepción de la poesía como suma de intensidad emocional, de hondo conocimiento y depurada elaboración verbal.

Esta es su estrofa final:

debes saberlo ahora que recuerdas:
jamás llegará nadie a este lugar,  
aquí nos trae el mar los peces muertos
y no hay más vida que la de las olas
estallando en la noche de las grutas,
soñarás una barca cada noche,
soñarás unos labios cada noche, 
en vano escucharás junto a las rocas,
jamás llegará nadie a este lugar,
recorrerás las salas del convento,
escrutarás la faz de la Diana,
los gatos mirarán la fría aurora, 
habrá un fresco con grumos de salitre
en la cripta, sin techo del castillo,
el huracán arrancará geranios,
jamás llegará nadie a este lugar,
jamás llegará nadie a este lugar 
y las gaviotas me darán tristeza

“Hay una plenitud de vida y color en Sepulcro en Tarquinia. Una maravillosa sinfonía, con sus ritmos, llega al oído de nuestro espíritu como lectores” escribe Alfredo Rodríguez en un prólogo que combina el certero análisis crítico del poema con el aura de emoción personal asociada a su lectura y a su vivencia intensa del poema. Así termina su prólogo: “Mantengamos encendido el fuego que Sepulcro en Tarquinia nos ha legado. Que arda en su nombre una lámpara perpetua.”

Cierra esta cuidada edición un Epílogo, “50|30 aniversario”, en el que el editor, Enrique Cabezón, acaba expresando su deseo de “que esta edición sirva para compartir, releer y reivindicar una obra que, cinco décadas después, sigue latiendo en el corazón de los buenos lectores de poesía con la misma fuerza que el primer día.”