20 octubre 2025

Se prohíbe hablar con el conductor

 



  A Camba siempre hay que volver. 

Con esa frase abre Javier Jiménez el prólogo a su edición de Se prohíbe hablar con el conductor, la recopilación de artículos de Julio Camba (1884-1962) que publica Fórcola Ediciones en un volumen espléndidamente editado y generosamente ilustrado, con imágenes de época que acompañan en blanco y negro a la mayor parte de los textos.

Se reúnen en él, revisadas y anotadas, las dos antologías que Camba publicó en 1945 en la editorial Plus Ultra: Etc.…, etc…. y Esto, lo otro y lo de más allá, dos títulos “poco felices”, como señaló Francisco Fuster y recuerda Javier Jiménez en el prólogo, que termina con este párrafo: “Ambas antologías aparecen por primera vez reunidas aquí en un solo volumen, con un nuevo título, más afortunado, que esperamos reavive el interés del público en la lectura de un Camba menos conocido, víctima de las aventuras, y a veces desventuras, del proceloso mundo editorial.”

Un conjunto de ciento treinta artículos que había ido publicando en ABC un Camba crepuscular y humorístico que, desde Lisboa, proyecta su mirada aguda y su ingenio verbal sobre una variedad de temas que le sugieren las revistas ilustradas y las noticias de la prensa internacional: el cine y las modas, la moral en las playas y los desnudistas con gafas, las máquinas de afeitar, los poetas y los cocodrilos, los amigos de la gaviota o los huevos de pingüino, la venta a plazos o la inspiración, los sombreros y los animales, la vejez o las barbas, el vicio del tabaco o la felicidad, los leones extraplanos o las propinas.

Así comienza “Se prohíbe hablar con el conductor”, el artículo que se ha elegido con buen criterio para titular el volumen: 

Pocas disposiciones revelan una sabiduría tan grande como esa que, en los tranvías y autobuses, le prohíbe al público hablar con el conductor. En nuestras latitudes, la gente suele hablar con las manos tanto más que con la boca, y a poco que se animase un conductor en su conversación con los viajeros, no tardaría en abandonar la manivela o el volante para redondear sus conceptos de una manera plástica, lo que podría tener consecuencias verdaderamente desastrosas.

Recorridos por la misma mirada personal del autor y por una prosa que une la agilidad y la precisión del periodismo a una alta calidad estilística, estos artículos reflejan la sostenida madurez literaria de un Camba en plenitud, dueño de un mundo propio en el que conviven la seriedad y el humor, el pasado y el presente, la provocación y la crítica, la reflexión y el ingenio.

Son textos que reflejan el universo de aquel articulista profesional en la prensa diaria, obligado a la urgencia y a la síntesis, lo que le daba oficio y sustento, pero limitaba la extensión de su escritura  a “una superficie literaria de 150 centímetros cuadrados”, la de una cuartilla.

“El articulista -había escrito Camba- no puede gozar de nada, porque todo, en su organismo, se vuelve literatura, así como esos enfermos que no gozan de ninguna comida porque todas ellas se les convierten en azúcar. Esos enfermos son fábricas de azúcar, y nosotros somos fábricas de artículos.”

Es, ya se ha dicho, un Camba crepuscular, ya no viajero, sino estable en Lisboa. Un Camba burlón y desengañado que en esta fase final de su actividad literaria y periodística funde en la calidad de su prosa elegante y novecentista la mirada lúcida y pesimista, el sesgo irónico y la comprensión benevolente.

Este es el comienzo de “Contando carneros”, un artículo de Esto, lo otro y lo de más allá, que el propio Camba seleccionó en 1956 como representativo de su mundo para su antología Mis páginas mejores:

Desde que oí decir que lo mejor para combatir el insomnio era ponerse en la cama a contar carneros, yo he contado ya, uno por uno, todos los carneros de la Argentina y ahora estoy agotando los de Australia. Los carneros de Australia, como ya sabe, probablemente, el lector, descienden de aquellos magníficos carneros españoles que, durante varios siglos, nos dieron en todo el mundo el monopolio de la lana; pero, para los efectos de hacer dormir a las personas nerviosas, no valen más que los de cualquier otra parte. Ordinariamente, yo nunca logro conciliar el sueño antes de los trescientos carneros, es decir, antes de haber llegado a este número en mi contabilidad, y, cuando tengo alguna preocupación, necesito, por lo menos, de mil quinientos a dos mil. Por cierto que una noche, harto ya de contar carneros, y aprovechando la oportunidad de encontrarme situado imaginariamente en la Australia, me puse a contar canguros; pero estos animales, tan pintorescos, saltan demasiado y aumentan considerablemente nuestra nerviosidad. El carnero es más dulce, más apacible, más sumiso, más tierno, más gregario y, en consecuencia, mucho más soporífero. Por eso es por lo que los especialistas de enfermedades nerviosas nos recomiendan contar carneros, para combatir el insomnio, y no hay ninguno a quien se le ocurra hacernos contar, por ejemplo, toros de lidia.

Pues eso, esta es una recomendable manera de volver a Camba.