Maestros Antiguos en Letras Universales
“No tan extravagante como su estilo, hosco en apariencia, superviviente de una enfermedad inacabable nacida a la vez de una carencia de afecto en su infancia dickensiana de internados, sanatorios, precaria salud y desamor, y de un debilitado pulmón, inquisidor mayor de Austria porque reniega de su viejo país en otro tiempo ilustre e influyente y ahora corrupto y negligente, adversario de una Iglesia católica connivente con el nazismo, lector de Schopenhauer y de algunos grandes nombres más, pero un lector somero, no un lector voraz, escritor sin biblioteca, obsesionado por el proceso creativo, el misterio del talento y las jerarquías del canon, artista tildado de bufón porque es el que sabe que el rey va desnudo, Thomas Bernhard (Heerlen, Holanda, 1931-Gmunden, Austria, 1989) es un nombre mayúsculo del teatro contemporáneo y uno de los novelistas más excepcionales e influyentes del siglo XX. «Notario histriónico que da fe del absurdo de la Gran Tradición Cultural» desde la atalaya, el escepticismo iconoclasta y la condición postmoderna, su obra extensa y obsesiva radiografía el espíritu del hombre contemporáneo aquejado de soledad, persuadido de que el bienestar interior es difícil de alcanzar cuando las convenciones sociales nos adocenan, y resuelto a asumir que jamás alcanzará la eudemonía.”
Con ese potente retrato de Thomas Bernhard abre Javier Aparicio Maydeu, contagiado de la prosa del novelista austríaco, la Introducción con la que presenta su edición de Maestros Antiguos que, cuando se cumplen los cuarenta años de su primera aparición, acaba de publicar en Cátedra Letras Universales con la admirable traducción de Miguel Sáenz, su traductor de referencia en español. Una completa introducción que propone en la primera de sus dos partes un recorrido abarcador por la obra narrativa de Bernhard, por la temática recurrentemente nihilista de su sombrío universo existencial o por las claves tonales y rítmicas que sostienen su estilo reiterativo inconfundible y un mundo literario que tiene como centro el lenguaje.
Publicada en 1985, Maestros Antiguos fue una de las dos últimas novelas de Bernhard -la posterior Extinción, su despedida, vendría muy poco después- y, de una manera incuestionable, su cima y su cifra, porque en ella confluyen y alcanzan su versión más acabada los temas y las formas de su narrativa, uno de los ejemplos ineludibles de la posmodernidad en literatura.
Como una “grotesca y desabrida mirada a la cultura y a sus desengaños” define Javier Aparicio Maydeu Maestros Antiguos, a la que dedica en la segunda parte de su introducción un luminoso estudio (el largo alcance de su trama simple, su atmósfera claustrofóbica, sus tres personajes principales, la concentración espaciotemporal, su tono elegíaco, el papel del confidente Atzbacher como narrador-testigo, condición esta última compartida con el vigilante Irrsigler). Un estudio que completan sus notas, extensas y esclarecedoras, y una bibliografía escogida.
Con un formato mayor del normal en esta colección, esta espléndida edición incorpora como apéndice a la introducción un álbum de textos que contribuyen al contexto de Bernhard y Maestros Antiguos y un cuadernillo de ilustraciones que iluminan las referencias espaciales y pictóricas de la obra.
Mirada y estilo. Esas son las dos claves sobre las que se sostiene el opresivo y perturbador mundo literario de Bernhard. Una mirada acre y radicalmente crítica y sarcástica a la realidad, sostenida en el desaliento y la desesperanza y en el ejercicio de la escritura como forma de supervivencia y de redención: “En el fondo -aclaró Bernhard en una ocasión- sólo escribo porque hay muchas cosas desagradables.”
Mirada y estilo que acaban fundiéndose en la construcción de una prosa minuciosa, mordaz e hipnótica que envuelve al lector en una elaborada tela de araña, en una arquitectura narrativa sutil y resistente. Porque, como señala Aparicio Maydeu, “en Bernhard en el principio no fue el verbo sino la sintaxis. Y en su universo no gobierna el léxico sino el ritmo.”
No hay más que leer el vertiginoso comienzo de Maestros Antiguos para comprobarlo:
No estando citado con Reger hasta las once y media en el Kunsthistorisches Museum, a las diez y media estaba ya allí para, como me había propuesto desde hacía ya bastante tiempo, poder observarlo por una vez, sin ser molestado, desde un ángulo en lo posible ideal, escribe Atzbacher. Como él tiene su puesto por las mañanas en la llamada Sala Bordone, frente a El hombre de la barba blanca de Tintoretto, en el banco tapizado de terciopelo en el que ayer, después de explicarme la llamada Sonata La tempestad, continuó su exposición sobre El Arte de la Fuga, desde antes de Bach hasta después de Schumann, como él puntualiza, cada vez más inclinado a hablar de Mozart y no de Bach, tuve que tomar posiciones en la llamada Sala Sebastiano; así pues, muy a mi pesar, hube de aceptar a Tiziano para poder observar a Reger ante El hombre de la barba blanca de Tintoretto, y por cierto de pie, lo que no era un inconveniente, porque prefiero estar de pie a sentado, sobre todo para observar a la gente, y de siempre observo mejor estando de pie que sentado y como, efectivamente, al mirar desde la Sala Sebastiano hacia la Sala Bordone, haciendo uso de mi mayor agudeza visual, pude tener por fin realmente una vista lateral completa, no estorbada siquiera por el respaldo del banco, de Reger, que ayer, sin duda gravemente afectado por la depresión atmosférica que se produjo la noche anterior, conservó todo el tiempo su sombrero negro en la cabeza, es decir, una vista de todo el lado izquierdo de Reger vuelto hacia mí, mi propósito de estudiar a Reger por una vez sin ser molestado tuvo éxito.
“Libérrimo, febril, prolífico, provocador, vocacional hasta la médula, Bernhard ha escrito un universo inequívocamente suyo sustentado en un mundo hecho añicos tras la Segunda Guerra Mundial y una juventud infausta que lo encaminó hacia una suerte de enajenamiento sociopático que, digámoslo, jamás le impidió mirar el cielo azul del Mediterráneo o viajar por un mundo que hizo las veces de una torre de marfil en la que, pese a la reclusión sufrida por muchos de sus protagonistas, no se dejó encerrar. Una existencia de soledad y desasosiego cuyas sombras les traslada a sus personajes, que deambulan como su creador en un teatro en ruinas. Bernhard, el hombre sombrío envuelto en las brumas del desengaño, anclado en el pasado y descreído del futuro, el escritor azotado por una vida atormentada que lo empuja irremediablemente hacia lo autobiográfico -fragmentarios autorretratos en espejos convexos- en detrimento de lo libresco que, entre su desabrida personalidad y su inextricable estilo, se convirtió en autor de culto leído por igual por lectores esforzados, incondicionales de la mejor narrativa contemporánea y fanáticos de su figura y del halo que desprende”, escribe Aparicio Maydeu de Thomas Bernhard, sobre cuya obra recuerda oportunamente que está vinculada, más que a la tradición literaria alemana o centroeuropea, a un canon de literatura universal, la weltliteratur tal como la formuló Goethe.
Un canon de cámara oscura, por decirlo con el título de la última novela de Vila Matas. Un canon oscuro, provocador y laberíntico, con un fraseo complejo y párrafos interminables, repletos de encrucijadas sintácticas y temáticas. Ese canon, que viene de Kafka y de Musil y pasa por Beckett, es también el de Juan Benet y el de Javier Marías, el de Gaddis y Krasznahorkai, el reciente Nobel húngaro, alumno aventajado en temas, en desolaciones y en maneras estilísticas de Bernhard. Por ejemplo, en la resistencia a utilizar el punto y aparte para articular el discurso en párrafos. Krasznahorkai ha señalado alguna vez que renuncia a utilizar el punto, porque es un signo reservado a los dioses.
Y en ese canon, que más que estético es intelectual y moral, se inscriben obras maestras como Saúl ante Samuel, Tu rostro mañana, Tango satánico o Los reconocimientos, cuya relación temática con Maestros Antiguos y las limitaciones del arte como representación de la realidad es más que evidente.
Pues como uno de esos “fragmentarios autorretratos en espejos convexos” que unen al Parmigianino y a John Ashbery hay que leer también Maestros Antiguos, en la que se unen pintura y literatura, mirada y palabra para articular una novela imprescindible que tiene en esta edición su referencia canónica en castellano.
Una mirada introspectiva y elegíaca al espejo de la pintura como la de Reger, el octogenario y gruñón protagonista, musicólogo y crítico del Times, cuando se mira especularmente en El hombre de la barba blanca, el cuadro de Tintoretto del Kunsthistorisches Museum de Viena en el que -explica Aparicio Maydeu- contempla “una paradigmática imagen del senex que el propio Reger es y en la que el propio Reger se refleja y que le sirve de objeto de meditación, de altar laico frente al que reflexionar, ejercer la introspección y ejercitar su memoria considerando desde el malestar y con acritud distintas cuestiones que atañen al orden social, al personal y, en mayor medida aún, al cultural.”
Una observación demorada, una mise en abyme que practica durante más de tres décadas en días alternos, siempre a la misma hora (“hacia las diez y media”), y que termina por descubrir sus defectos y las limitaciones de las obras maestras como medio de representar la realidad (“Todas las pinturas son espléndidas, pero ni una sola es perfecta”) y por cuestionar el sentido del Arte:
Dios santo, el Prado, dijo, sin duda el museo más importante del mundo en lo que a Maestros Antiguos se refiere, pero cada vez, cuando estoy sentado enfrente en el Ritz tomándome mi té, pienso sin embargo que el Prado tampoco contiene más que lo imperfecto, lo fracasado, en fin de cuentas sólo lo ridículo y diletante. Muchos artistas en determinadas épocas, cuando están de moda, dijo, se ven hinchados sencillamente hasta una monstruosidad que estremece al mundo; entonces, de pronto, alguna cabeza insobornable pincha esa monstruosidad que estremece al mundo y esa monstruosidad que estremece al mundo estalla y, de forma igualmente repentina, no es nada, dijo. Velázquez, Rembrandt, Giorgione, Bach, Hándel, Mozart, Goethe, dijo, y lo mismo Pascal, Voltaire, nada más que monstruosidades hinchadas de ésas.
Así lo explica el narrador Atzbacher:
Reger califica los cuadros que cuelgan aquí de las paredes de arte de encargo estatal, al que pertenece incluso El hombre de la barba blanca. Los llamados Maestros Antiguos sólo sirvieron siempre al Estado o a la Iglesia, lo que viene a ser lo mismo, así Reger una y otra vez, a un emperador o a un papa, a un duque o a un arzobispo. Así como el llamado hombre libre es una utopía, el llamado artista libre ha sido siempre una utopía, una locura, así Reger a menudo. Los artistas, los llamados grandes artistas, así Reger, pienso, son además los más faltos de escrúpulos de los hombres, mucho más faltos de escrúpulos aún que los políticos. Los artistas son los más hipócritas, todavía mucho más hipócritas que los políticos, así pues, los artistas del arte son todavía mucho más hipócritas que los artistas del Estado, vuelvo a oír ahora a Reger. Ese arte, al fin y al cabo, se dirige siempre al todopoderoso y al poderoso y se aparta del mundo, así Reger a menudo, ésa es su abyección. Miserable es ese arte y nada más, oigo decir ahora a Reger ayer, mientras lo observo hoy desde la Sala Sebastiano. En realidad, ¿por qué pintan los pintores, cuando existe la Naturaleza?, se preguntaba Reger ayer otra vez. Hasta la obra de arte más extraordinaria no es más que un esfuerzo lastimoso, totalmente carente de sentido y de finalidad, de imitar a la Naturaleza, sí, de remedarla, dijo.
Y por si acaso el lector no estaba atento, por si no le quedaba claro lo anterior, añade:
Los, así llamados, Maestros Antiguos son, sobre todo si se contempla a varios seguidos, es decir, si se contemplan sus obras de arte seguidas, unos entusiastas de la mentira que se congraciaron con el Estado católico, lo que quiere decir con el gusto católico, y se vendieron a él, así Reger. En esa medida, nos encontramos sólo con una historia católica del arte completamente deprimente, con una historia católica de la pintura completamente deprimente, que siempre ha encontrado y tenido sus temas en el cielo y en el infierno, pero nunca en la tierra, dijo. Los pintores no han pintado lo que hubieran tenido que pintar, sino sólo lo que se les encargaba o lo que les facilitaba o les proporcionaba dinero o fama, dijo. Los pintores, todos esos Maestros Antiguos, que la mayor parte del tiempo me asquean más que nada y que siempre me han horrorizado, dijo, sólo han servido siempre a un señor, nunca a sí mismos y, por consiguiente, a la Humanidad misma. Al fin y al cabo pintaron siempre un mundo fingido que se sacaban de dentro, a cambio de lo cual esperaban obtener dinero y gloria; todos pintaron siempre desde esa perspectiva, por deseo de oro y por deseo de gloria, no porque quisieran ser pintores sino sólo porque querían tener gloria o dinero o gloria y dinero juntos. En Europa, sólo pintaron siempre entre las manos y para la cabeza de un dios católico, dijo, de un dios católico y de sus dioses católicos. Cada pincelada, por genial que sea, de esos llamados Maestros Antiguos es una mentira, dijo.
Reproduzco, para terminar, estas líneas en las que Javier Aparicio Maydeu resume el sentido de Maestros Antiguos: “es una reflexión sobre la senectud desde la atalaya del conocimiento, y a la vez una suerte de enmienda a la totalidad del arte y de sus presuntas virtudes, así como el desmentido en toda regla, la refutación, de su naturaleza balsámica, de su presunta función lenitiva. También es, fiel a la trayectoria narrativa y teatral de su autor e impulsada por una natural insatisfacción del individuo lúcido que ve más allá de las convenciones y la miseria moral de su tiempo, una nueva y demoledora crítica social, y la última invectiva contra su país, sus dirigentes, su educación y su dañina mentalidad pequeñoburguesa y la cultura como mito redentor. Maestros Antiguos es tanto un retrato de la vejez cuanto una enésima diatriba que se ensaña con el Estado y emprende una nueva guerra contra el cliché impugnando por igual […] los estereotipos culturales y la autocomplacencia de un mundo artístico que de un modo u otro está siempre presente en la obra de Bernhard, bien en forma de compulsivas referencias a grandes autores, bien en alusiones constantes al proceso creativo, o siendo la raíz de la historia relatada, como lo es la arquitectura en Corrección, la música en El malogrado, la pintura en Maestros Antiguos o el teatro en Tala, cuenta habida de que son escasas las obras narrativas del autor en las que no se entretejen distintas disciplinas artísticas bajo la mirada impostada de los filósofos que convoca siempre Bernhard a sus festines literarios.”

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