16 diciembre 2025

De lo sagrado en la poesía


Reconocemos sin dificultad que un poema bello es un divertimento de los sentidos, un entretenimiento de salón, una fiesta de los sonidos y de los conceptos ingeniosamente relacionados. Pero la poesía, como tendremos tiempo de ver, la poesía que ha marcado las generaciones, ha estado dominada por algo más.
Los contactos con lo indecible podrían buscar dominar el mundo, o sencillamente comprenderlo, pero sea como sea, el eco de lo Otro ya atravesaba sus cuerpos. Lo indecible habita las cosas y las abandona, las gobierna y las deja morir. El símbolo es la fascinación compartida por eso que las anima, lo que de otro modo sería un mero objeto.
De esta manera, como proto-ciencia, como revelación o como razón simbólica, igual que unos golpes de voz traen a la mente de su oyente la magnificencia de una cascada, de un temblor de tierra o de la muerte, un símbolo del orden secreto, del que el ombligo del mundo es imagen, habita la vida y las cosas sin pertenecerles, un cosmos invisible anterior a todo y superior a todo.
Se impone con la fuerza de lo real y viene de un lugar sin lugar, de una alteridad que se insinúa en la grieta del mundo. Como la palabra o la mano pintada, como el ocre de sus cuerpos, como las alas de mariposa sobre el cadáver y la flor, cada cosa, cada símbolo, contiene la ausencia misma, que es presencia de lo Otro, que no responde a nuestra comprensión sino que la supera.
El símbolo poético nace en el fuego, la danza, el sacrificio, el culto o el rito… La poesía misma es su herencia. Es un lenguaje sagrado definitivo en sus orígenes. ¿De qué otro modo entrar en el éxtasis, dirigirse a los dioses, rogarles, sobornarlos o incluso amenazarlos? La ablución del lenguaje, la sencillez sublime, la elevación de lo humano, los contenidos más intensos de la vida, son parte indisociable de la génesis de la poesía.
El poema es palabra sacrificial que se ofrece, se consume, se quema en la imposibilidad de decir plenamente lo que quiere decir. Hace sentir la ruptura de la economía del sentido, colocando al lenguaje en la frontera de lo imposible. En su gasto, en su pérdida, en su exceso, la poesía guarda la marca de lo sagrado.
La poesía, en fin, es problemática (todo poeta debe justificar qué es la poesía a diferencia de lo que ocurre en otros géneros) porque sigue replicándose con medios residuales y cada poeta o lector proyecta sus significados individuales según prime una sacralidad particular. Porque se sabe elevada o sagrada sólo por ecos y sólo el desnudar a sus santos como acto último de simbólica irrupción de lo descreído, o el silencio, o las nuevas formas de entender la interioridad, nos revelan formas de hacer poesía, siempre mediadas por el mercado y la tecnología.
La poesía se nos muestra hoy, pues, como resto litúrgico todavía: eco de la palabra sacrificial y ceniza de la ablución más pura de la lengua. Seguir su historia es seguir las metamorfosis de Dios, como quisiera Lenoir, tanto como las del alma humana y su poesía. Y hacerlo hoy, cuando todo parece reducido a utilidad y la poesía se degrada en consumo, es recordar que todavía brilla la forma última de lo sagrado, el misterio del mundo, el milagro de la existencia y la rara maravilla de ser humanos. Se trata de poder reconocer en la poesía la forma más antigua y más alta con que el hombre reconoce su misterio: en la ceniza de la ablución más pura de la lengua.

Son algunos de los párrafos luminosos que firma Jorge Pérez Cebrián en De lo sagrado en la poesía, el artículo que publica en Zenda como resumen y anticipo de su monumental proyecto ensayístico sobre el peso de lo sagrado en la palabra poética.

Un proyecto ambicioso que confirma que el poeta verdadero -en el caso de Pérez Cebrián, además, de una calidad excepcional- sostiene su poesía en un cimiento sólido de pensamiento, concepción del mundo y fervor por la palabra. 

Y no en las arteras mañas sobre las que medran poetas mediocres y reseñistas planos, personajillos sin fondo que enredan resentidos en los despachos y entre las capillas poéticas para mendigar cargos y colaboraciones o para desprestigiar a los enemigos. Ni  mucho menos en las babas aduladoras que destilan sus teléfonos móviles, tan avergonzados de las imposturas hipócritas de sus dueños y de los interlocutores con los que intercambian insidias y pretextos: desde la academia de Argamasilla a la Universidad de Osuna, por usar las imperecederas imágenes cervantinas. Son la sufrida y muy despreciable cofradía del medio pelo, como decía Cansinos Assens y recordaba Trapiello hace unos días.

A la espera de la próxima publicación en libro de La voz de los dioses (Para una prosopología de lo sagrado en la poesía), aquí queda esta prometedora muestra ensayística del que seguramente es el mejor poeta joven de la actualidad. Y el más clarividente e inspirado. Jorge Pérez Cebrián, ejemplo y lección de quien puede darlos.

Aquí el artículo completo: https://www.zendalibros.com/de-lo-sagrado-en-la-poesia/