28 septiembre 2023

Bataille. Las lágrimas de Eros

 


27 septiembre 2023

El proceso



El 31 de Diciembre de 1914 Kafka hacía balance en su diario de lo que había escrito desde agosto, cuando había retomado El proceso: “Desde agosto he trabajado, en general, no poco y no mal, pero ni en el primer aspecto ni en el segundo lo he hecho hasta los límites de mi capacidad, como tendría que haber sido, especialmente porque, según todas las previsiones (insomnios, dolores de cabeza, insuficiencia cardíaca), mi capacidad no durará ya mucho tiempo. Escrito, sin terminar: El proceso, Recuerdos del ferrocarril de Kalda, El maestro de pueblo, El fiscal suplente, y otros comienzos menores. Terminados solo están: En la colonia penitenciaria y un capítulo de El desaparecido, ambas durante el permiso de catorce días. No sé por qué hago este recuento, no va conmigo.”

Sólo una semana después, el 6 de enero de 1915, anotaba: “He abandonado provisionalmente El maestro de pueblo y El fiscal suplente. Pero también casi incapaz de continuar El proceso.”

Y el 24 de enero, a propósito de su encuentro con Felice en Bodenbach, escribe: “También le he leído algo mío, las frases se embrollaban de forma repulsiva, sin la menor conexión con la oyente, que estaba tumbada en el canapé con los ojos cerrados y acogía mi lectura sin decir palabra. Tibia petición de que le permitiese llevarse un manuscrito y copiarlo. En la historia del guardián de la puerta, más atención y buena observación. Solo en ese momento vi claro el significado de esa historia, también ella la captó correctamente, luego, de todas formas, hicimos groseras observaciones a su propósito, yo fui el primero en hacerlo.”

Aunque la conservó cuidadosamente ordenada en distintos sobres correspondientes a sus capítulos, Kafka no vuelve a hacer ninguna alusión desde entonces a esa novela, sobre la que seguramente no volvió y que sin embargo acabaría convirtiéndose con el tiempo no sólo en una de las obras esenciales del canon kafkiano, sino también en uno de los textos más representativos de la literatura del siglo XX. 

Este es su memorable comienzo, en la traducción de Isabel Hernández para Cátedra que se recupera en la colección Cinco décadas, con la que se celebra el medio siglo de existencia de Letras Hispánicas y Letras Universales:

Alguien debía de haber hablado mal de Josef K, puesto que, sin que hubiera hecho nada malo, una mañana lo arrestaron.

A partir de esa primera frase, la novela inacabada de Kafka que Max Brod publicó en 1925, un año después de la muerte de su autor, abre una espiral de pesadillas inverosímiles que imponen su lógica siniestra a las delirantes situaciones de la novela, que funda con la intensidad narrativa de su clima angustioso una realidad propia y absurda, pero más poderosa y más opresiva que la cotidiana.

Sustentada en una voluntad metafórica alusiva al hombre contemporáneo, confuso y sometido, entre la ausencia de culpa y la certeza del castigo, al opaco e invisible Tribunal que representa el omnipresente poder del Estado o la imagen omnipotente de la divinidad, la novela establece en la sucesión de sus episodios un vertiginoso y paradójico juego de presencias, ausencias y preguntas sin respuesta en un mundo incomprensible.

Su núcleo de sentido es la parábola Ante la ley, que condensa el significado de El proceso. Kafka la publicó exenta en 1915 en una revista y en 1919 en una colección de relatos.  La incertidumbre en la espera, la indefensión ante los mecanismos secretos de la justicia, la soledad del individuo ante la maquinaria social, los laberintos de la burocracia, la desorientación y el error, la postergación, el vacío y finalmente la resignación con que Josef K. asume la ejecución por un delito que desconoce atraviesan una novela que, pese a su carácter fragmentario y a su condición de incompleta -o quizá justamente por eso- representa mejor que ninguna otra el concepto de lo kafkiano.

En su espléndido estudio introductorio, Isabel Hernández describe el entorno histórico y cultural de Kafka, recorre su biografía vinculándola estrechamente con su escritura y aborda su relación con Felice Bauer, Milena o Dora Diamont, antes de acometer un estudio interpretativo del proceso que concluye con estas palabras: “La novela contiene muchos mensajes, complementarios e incluso, tal vez, contradictorios. A pesar de su ambigüedad y de estar incompleta, tiene una unidad y sigue una dirección. El proceso nos presenta un mundo que es absurdo, pero terriblemente real. Este mundo se asemeja muy poco a la existencia ordinaria, pero está hecho de elementos de la vida cotidiana.”





26 septiembre 2023

Chirbes. A ratos perdidos 5 y 6




“Ser altivo, sectario e ignorante, todo junto, es algo terrible. No necesitas leer a un escritor. Consideras que sus libros son algo así como un asunto privado, intrascendente: como si no fuera justo al revés, que el único asunto público con el que lidia un escritor es su escritura, que justo todo lo demás, su sexo, su familia y hasta sus opiniones sobre esto o aquello, forma parte de lo privado que no debe interesarnos, o debe interesarnos solo muy relativamente”, escribía Rafael Chirbes el 9 de enero de 2007 en la segunda anotación de A ratos perdidos 5 y 6, la tercera y última entrega de sus Diarios, que publica Anagrama.

Es un voluminoso tomo que recoge el material de once cuadernos que abarcan desde el 8 de enero de 2007 al 28 de junio de 2015, cuando Chirbes presagiaba ya el fin, mes y medio antes de morir el 15 de agosto:

Cuando hace un año me propusieron repetir una frustrada colonoscopia me negué: si el índice tumoral está bien, para qué reproducir las incomodidades (me debieron tocar o perforar algo, a raíz de aquello me pasé seis meses con molestias). Dejemos algo en manos del azar, le dije a la médico. Poco a poco, las molestias que habían desaparecido han sido sustituidas por otras nuevas y sigo perdiendo peso (dieciséis kilos menos de lo que durante los últimos años era habitual). Al principio, la doctora de tiroides lo consideraba un signo positivo: mejor estar delgado. Esta última vez se alarma, porque, además de peso, pierdo hierro, y eso puede ser un signo de la existencia de algún tumor, aunque el índice tumoral continúa siendo excelente. Se preocupa por una tos incomodisima que tengo desde hace seis meses y que algunos días apenas me deja hablar (¿cómo no has ido a que te vea el otorrino?), por el colon, me dice que tengo que pedir una nueva colonoscopia al internista, y yo hace meses que estoy pensando lo peor, pero no tengo muchas ganas de vivir que digamos, y calculo que no es mal momento, antes de que empiecen las limitaciones de verdad, las dependencias ajenas. Lo que sea y cuando sea, con tal de que no resulte desagradable. Luego pienso en los animalitos, en mis perros y mis gatos, ¿qué hacer con ellos? ¿Dejarlos en manos de quién? Y no tengo tan claro que el momento sea tan bueno como me había dicho antes, y pienso que ojalá no sea lo que llevo meses imaginando.

Sus casi mil páginas son un espejo turbio el que se refleja el escritor y el hombre, los cientos de lecturas y los días interminables, los insomnios, el cine y la música, el miedo y la enfermedad. Los problemas económicos, el alcohol y la vida literaria, la política y la angustia, lo cotidiano y la escritura, los desahogos y los odios, el dolor físico y el bloqueo creador se suceden en estos diarios, a menudo sombríos, bajo una mirada cada vez más distante, más ácida y más desengañada hacia sí mismo y hacia lo que le rodea: “Pienso en las posiciones de tantos literatos, arrimados a ese boberío cínico del zapaterismo que disfraza de inquietud social una despiadada estrategia de conquista del poder, pienso en la fragilidad del libro que ayer le mandé a Herralde, y en mi propia fragilidad, y me asusto.”

Son trazos de “una vida cogida con alfileres”, de una “vida a la deriva” que asume en estos años un aislamiento cada vez mayor en su casa de Beniarbeig, entre el vacío existencial y la parálisis creativa: “Ni vivo ni escribo”, anota en una ocasión. “No tengo relación con nadie”, escribe en la primera anotación, el 8 de enero. Y el 2 de febrero: “Paso la noche sin dormir, pensando que no soy capaz de escribir ni una línea (no la he escrito). […] Me digo que tengo que aceptar que se ha acabado mi etapa de escritor.” Y unos días después: “No tengo ningunas ganas de seguir escribiendo, de ser escritor.”

Compuestos en la época en que Chirbes obtuvo más reconocimiento crítico con Crematorio y En la orilla, sus dos mejores novelas, afloran en estos diarios su inseguridad y sus dudas creativas con opiniones demoledoras sobre la primera en enero de 2007, cuando todavía se titulaba Cremación: “un libro francamente desagradable”; “me parece infumable, insalvable”; “esa puta novela que se me empasta en los dedos”,  “la novela entera es un error”; “esta novela me ha agujereado por dentro”. O esta anotación, del 8 de enero, con la que se abre el volumen:

Jornada larga. Llevo despierto desde las seis de la maña­na, leyéndome esta novela insalvable, que destapa mis limi­taciones como escritor. Cabeza vacía y mano torpe, que se suman a una pérdida de referentes, a este no tener nada en la cabeza que me tortura. ¿Cómo puede uno querer ser escri­tor, si no tiene nada que decir? Basta con ver la prosa, la me­diocridad de la escritura, la falta de densidad, la ausencia o planura de ideas. Lo dicho: la lectura de hoy me ofrece un balance demoledor.

Esa autocrítica feroz contrasta con los elogios que suscita la novela en sus primeros lectores y en el editor Herralde, pese a lo cual Chirbes sigue pensando que Crematorio es un fracaso y  un libro fallido: “a pesar de los halagos, vuelvo a estar en el pozo, convencido de que todo el tiempo que le dedicado a la literatura ha sido tiempo perdido; que nada de lo que he escrito se sostiene y que, además, este tipo de vida ha ido dejándome solo, sin ningún agarradero, sin nada en lo que sostenerme, seco, falto de sentimientos: mi confianza, mi amor, ni siquiera sexo.”

Estos diarios son un exorcismo implacable del autor consigo mismo y con los demás, a los que dedica juicios como estos: “Durante quince años me tocaba discutir con amigos progresistas o que se consideraban revolucionarios que pensaban que Antonio Gala era un gran escritor progresista porque escribía columnas periodísticas contra los militares, contra la OTAN y contra la guerra. Leían devotos La pasión turca. ¡Lo consideraban un escritor progresista, cuando todo en él forma parte de lo rancio, lo ñoño, lo reaccionario! No había manera de convencerlos de que escribir contra la OTAN no libraba a su escritura de ser profundamente cursi; o, lo que es aún peor, estúpida y por eso mismo profundamente reaccionaria, halagadora de lo peor, falsa belleza para complacencia de marujas y marujones en celo. La bestia negra de estos amigos (algunos de ellos, profesores de literatura) era Vargas Llosa. Se negaban a ver que podía ser un liberal, un reaccionario, y, a la vez, un notable novelista (La guerra del fin del mundo, Conversación en La Catedral). Tampoco debería extrañarme de esas cosas. Discutir sus libros desde esa base. Pero la novela pinta poco en la sociedad contemporánea: vale lo que crece en torno a ella, los retratos de los autores, las declaraciones, las entrevistas, los manifiestos a los que se adhieren. Nadie parece tener tiempo para leerse las quinientas páginas que hace falta leer antes de empezar a hablar de un escritor, pero todo el mundo tiene tiempo para quedarse media hora viéndolo en la tele, o para echar una ojeada a la página que, en el periódico, habla de él. Tendrían que prohibirnos a los escritores decir nada que no fuera por escrito, y negarnos a los novelistas el derecho a verter una sola opinión, o un comentario, sobre la novela que hemos escrito. Si quieres saber de qué trata, léetela.”

O estas líneas demoledoras, sobre un artículo de Almudena Grandes: “Tras leer la columna de Almudena Grandes en el suplemento de El País, descolgué el teléfono y, como no me apareció ella, sino que me salió el contestador, le dejé un mensaje diciéndole que sentía vergüenza, le dije algo así como que no encontraba una piedra suficientemente grande en mi huerto para meterme debajo para ocultar la vergüenza que sentía. Se trataba de un artículo a la vez estúpido y repulsivo, mezcla de bobería y sectarismo. […] Ya me habían dicho que Almudena y su marido, Luis, son dos de los animadores culturales que frecuentan La Moncloa (Sabina es otro de ellos y, en el frente periodístico, Suso de Toro y Millás), pero la ñoña columnita de hoy expresa un desprecio notable hacia la inteligencia de los lectores, incluida la mía; si decimos que la literatura es indagación qué  diremos que es esa columna. Hay un salto cualitativo, aquí aparece la desvergüenza del cortesano, y es que, claro, se acercan las elecciones y hay que cavar a toda velocidad las trincheras.”

Son sólo unas muestras significativas del tono descarnado, de la lucidez y la temperatura de estos diarios atravesados por la autocrítica más lúcida (“Soy el peor autor de diarios de la historia”, anotaba el 28 de mayo de 2008), por una creciente fragilidad y repletos de alusiones a libros, pinturas y películas, de la Odisea a Los cuatrocientos golpes de Truffaut, de Velázquez a Karl Kraus, de Ocho y medio, de Fellini, a Balzac, pasando por Sender o Galdós, uno de sus autores más admirados.

Estos últimos cuadernos de Chirbes son, como él mismo dice, “los menos personales, los más reflexivos y menos anecdóticos”. Y hay en ellos, de principio a fin, atravesando cientos de páginas oscuras con su sombra funesta, entre la desaparición  de su compañero Paco, la claustrofobia y los repetidos ataques de pánico, la premonición de su propia muerte en reflexiones como esta:

Se muere a solas y dejando al descubierto la impotencia de los contempladores. No puedes compartir tu dolor ni tu lamentable extinción: todo lo que te llevas contigo, lo intransmisible, lo exclusivo.


 

25 septiembre 2023

Pablo Guerrero. Poesía completa


 

24 septiembre 2023

Proust. La parte de Guermantes

 


23 septiembre 2023

Borges, a merced de la genialidad


Casi todos los días recibo libros de versos que me ponen a merced de la genialidad; es decir, libros que me parecen bastante sin sentido. Ni siquiera las metáforas en ellos son discernibles. Se supone que la metáfora es el contacto momentáneo de dos imágenes, pero en estos libros yo no veo tales contactos. Tengo la impresión de que todo ha sido hecho de un modo azaroso, como por una especie de computadora desquiciada.

Jorge Luis Borges.
El aprendizaje del escritor.
Debolsillo. Barcelona, 2015.



22 septiembre 2023

Guillermo de Torre entre los Borges





Cuando el foco cae hoy, raramente, sobre Guillermo de Torre suele ser por razones familiares o de arqueología cultural: adalid vanguardista, cuñado de Borges. Entonces queda iluminado su entorno más próximo, los hermanos Norah y Jorge Luis Borges en primer lugar y, con ellos, los círculos que se expanden a su alrededor, con escritores y artistas que van desde Lorca, Picasso, Ortega y Gasset, Huidobro, Victoria Ocampo, Eduardo Mallea o Ernesto Sabato hasta Tristan Tzara, F. T. Marinetti, Francis Picabia, André Breton, Valery Larbaud o André Malraux; desde Américo Castro, José Ferrater Mora, María Zambrano, Max Aub, Rosa Chacel o Francisco Ayala hasta Camilo José Cela, Dionisio Ridruejo, José Luis Cano o Josep Maria Castellet. Es difícil sustraerse a la sugestión de que toda la cultura literaria del siglo XX pasa por Torre como, de otro modo, pasa por Borges, y de que ambos, con grados diversos de visibilidad, fueron hacedores y cronistas de la misma.
Torre y Borges, Borges y Torre, cómplices juveniles y hermanos políticos, encarnaron la vocación literaria en su forma más temprana e incoercible, una pasión por la palabra que los condujo a transitar, en paralelo, de la poesía a la crítica y el ensayo, en diarios y en revistas, y que solo a los cuarenta años cristalizó en una obra por la que se sintieran justificados. En el moroso cumplirse de esa vocación, Torre fue dejando un reguero de iniciativas extraordinarias que van de la gestación de La Gaceta Literaria o la revista Sur a la colección Austral o la revolucionaria editorial Losada, y su ubicuidad en el campo cultural español y latinoamericano sigue causando asombro. Cuando, en 1964, The Times Literary Supplement lo consideró el gran crítico del exilio español, su cuñado, Borges, era ya un ídolo literario internacional. Cada uno de ellos se había alcanzado a sí mismo.

Así comienza el texto preliminar, “Las dos vidas de Guillermo de Torre (Unas palabras previas)”, con el que Domingo Ródenas de Moya presenta El orden del azar, la biografía de Guillermo de Torre (Madrid, 1900- Buenos Aires, 1971), poeta ultraísta, crítico, teórico y cronista de la vanguardia, ensayista prolífico y bibliógrafo, activista cultural y editor en el exilio bonaerense, creador de la benemérita colección Austral y cofundador de la editorial Losada, primer recopilador de la obra completa de García Lorca entre 1938 y 1946, cuñado de Borges y constructor de puentes culturales entre la España del interior y la del exilio.

El libro se estructura con arreglo a dos ejes organizativos: uno, retrospectivo, que en sus breves capítulos se va remontando desde 1971, al final de la vida de Guillermo de Torre, hacia atrás. Así lo explica Domingo Ródenas en esas palabras previas: “Esta dirección retrospectiva de la flecha del tiempo, desde las exequias de Torre o sus últimos meses en 1970 hacia atrás, es la que orienta los capítulos más breves.”

Y otro, más amplio y extenso, más nuclear, lleva siguiendo linealmente el desarrollo de su proyecto vital y literario: “La otra vida, que ocupa la mayor parte del libro, es la del hacerse progresivo, la del día a día guiado por una voluntad de ser, por un designio o proyecto vital hacia cuyo logro organiza el individuo su desempeño cotidiano. Aquí el tiempo lineal y acumulativo es el del querer ser haciendo y no el de haber sido en función de lo hecho. Entre uno y otro se va trazando la secreta filigrana de lo contingente, la causalidad invisible que trunca o auxilia; en definitiva, el orden informulable del azar.”

Diferenciados no sólo por la distinta dimensión de los capítulos sino también por su diferente tipografía, esos dos ejes temporales, esas dos líneas convergentes desde el presente de sus últimos meses de vida al pasado y desde el pasado al presente, dibujan entre 1916 y 1971 un retrato continuo del personaje biografiado y un panorama del complejo contexto en que se desarrolla su actividad intelectual: desde su formación universitaria en la Facultad de Derecho de Madrid, “entre incapaces y dementes”, como decía Ortega; las lecturas formativas la tertulia ramoniana de Pombo; Cansinos y Gómez de la Serna; el ultraísmo y el creacionismo de Huidobro; la ansiedad de la fama y el autobombo; los encuentros y desencuentros con Juan Ramón Jiménez, que le llamó en una carta de desahogo “estrella de la tarde del ultraísmo; mariposa blanca de los prados del esdrújulo; niño terrible del Manzanares; desgracia de la familia […] ¡Qué lástima me da su padre!”; la mala acogida crítica de su primer y último libro de poesía, Hélices, libro “verdaderamente grotesco” para Gerardo Diego, cuyo “vocabulario enojoso” lamentó Fernandez Almagro y que su amigo Borges redujo a “una bella calaverada retórica.”

En contraste con la mala recepción de aquel desastre poético, su Literaturas europeas de vanguardia tuvo una buena consideración crítica, aunque Borges de nuevo le reprochó su “progresismo, ese ademán molesto de sacar el reloj a cada rato.” Es lo que el argentino llama “el despuesismo”, la supuesta superioridad de los viernes sobre los jueves y del futuro sobre el pasado.

Esa relación cambiante y difícil con Borges es uno de los hilos conductores de El orden del azar, que aborda también la relación de Torre con Lorca, su temprana instalación en Buenos Aires, sus vínculos porteños con los Borges, Victoria Ocampo y la revista Sur, en la que se colocó como secretario de redacción antes de que, como la Revista  de Occidente, se convirtiera también en editorial; la fundación de la colección Austral, inspirada en la vieja Colección Universal de Calpe, en la alemana Albatross Books y en la inglesa Penguin Books o su incorporación al año siguiente a la nueva editorial Losada como director literario.

La biografía comienza con esta frase: “La noticia saltó con el calor de la mañana: Guillermo había muerto.” Veinticuatro horas después, “en la mañana sofocante del 14 de enero de 1971”, ante el panteón familiar de los Borges en el cementerio de La Recoleta donde se enterraba a Guillermo de Torre, se evoca el destino cruzado de la relación de más de medio siglo con Jorge Luis Borges que vertebra la obra: el vínculo familiar y literario entre “el hombre ciego de pie y el hombre horizontal dentro del féretro.”

Las circunstancias y la edad bifurcaron la obra y la vida de Guillermo de Torre, que el destino cruzó con los Borges por la vía del matrimonio en 1928 con Norah, la hermana de Jorge Luis. Dos continentes y dos épocas culturales e históricas, de España a Argentina y de la modernidad insurrecta a la tradición de la vanguardia, marcaron la trayectoria de un testigo excepcional de la literatura del siglo XX entre 1915 y 1965, cuando su imprescindible y temprano Literaturas europeas de vanguardia (1925) tiene su edición ampliada y definitiva con un nuevo título, Historia de las literaturas europeas de vanguardia.

La abundantísima correspondencia que intercambió durante décadas con García Lorca, Salinas, Cansinos, Alfonso Reyes, Juan Ramón Jiménez, Gómez de la Serna o Giménez-Caballero, con quien fundó La Gaceta Literaria, es un testimonio plural que aporta mucha información de primera mano del momento cultural y literario de España e Hispanoamérica en unos años decisivos para la configuración de la modernidad en el ámbito de la lengua española.  

Porque, tras su etapa subversiva, iconoclasta y vanguardista, en la que Guillermo de Torre “se había convertido en la imagen espantable del hereje indócil, del bárbaro que viene a hacer tabula rasa de los valores bendecidos y que multiplica su presencia en España y Europa”, sobreviene la guerra civil y la derrota, tras la que  “Torre también perteneció al mundo desesperanzado de la posguerra y el exilio. Desde Buenos Aires trabajó para hacer audible la voz de los náufragos (de León Felipe, de Juan Ramón, de Guillén y Salinas, de Arturo Barea o Corpus Barga), al tiempo que se empeñaba en difundir en español la gran literatura moderna, la de Kafka, D. H. Lawrence, Rilke, Paul Valéry o Virginia Woolf. Y, desde ese mundo lúgubre, combatió con sus medios contra la España jactanciosa e ignara de la dictadura, contra el fascismo acomodaticio que había instaurado el terror y la desmemoria de Estado. Todo ello mientras su viejo camarada Jorge Luis Borges iba acotando su propia vocación literaria un tanto errabunda hacia la ficción, y él mismo se avenía (o se resignaba) a que la suya cuajara en forma de pensamiento crítico al servicio de los otros, de su lectura y elucidación. En ambos casos, el azar había decretado su orden, separando a quienes durante décadas habían seguido trayectorias similares e incluso, entre 1937 y 1942, habían convivido bajo el mismo techo.”

De su trayectoria vital e intelectual, de sus dos vidas sucesivas y de su constante impulso modernizador habla en profundidad Domingo Ródenas en este seguimiento minucioso de ese “misterioso orden que impone el azar al ir viviendo.”

Un sólido estudio, publicado por Anagrama y subtitulado Guillermo de Torre entre los Borges, que rebasa los límites de la biografía y, con una equilibrada combinación de materia documental y reconstrucción ficcional, traza en sus seis capítulos dobles un amplio panorama de la literatura y la cultura del siglo XX en España y en Argentina en el “tiempo convulso que le tocó vivir: el siglo XX, el de la modernidad y la destrucción.”

21 septiembre 2023

Tu rostro mañana. Edición conmemorativa

 



No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido. Contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento, también es un vínculo y otorgar confianza, y rara es la confianza que antes o después no se traiciona, raro el vínculo que no se enreda o anuda, y así acaba apretando y hay que tirar de navaja o filo para cortarlo.

Así comienza Fiebre, la primera de las siete partes que forman Tu rostro mañana, la monumental novela que Javier Marías fue publicando desde 2002 en tres entregas.

Jacques o Jaime o Jacobo Deza, el narrador y protagonista que viene de Todas las almas y vertebra el diseño de Tu rostro mañana, es un intérprete de rostros, un personaje que se convierte cada vez más en un traductor de vidas. Ese es su trabajo prospectivo en el grupo dependiente del MI6 británico: prever lo que la gente hará en el futuro, conocer hoy cómo serán sus rostros mañana; saber cómo somos pero, sobre todo, cómo seremos. 

Con la benéfica sombra de Shakespeare planeando sobre el conjunto de la obra (Tu rostro mañana es la traducción literal de una cita de la Segunda parte de Enrique IV), la traición, la doblez, la ambigüedad y la violencia se acaban revelando como el verdadero rostro de los demás. 

Organizada en siete partes -Fiebre, Lanza, Baile, Sueño, Veneno, Sombra y Adiós- en Tu rostro mañana el narrador nos ha ido contando todo eso a lo largo de un proyecto al que Marías dedicó casi nueve años en los que llevó a cabo la idea de que “contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento”:

¿Puede saberse cómo es la gente y cómo evolucionará en el futuro? ¿Hasta qué punto podemos fiarnos de nuestros amigos y conocidos y socios, de nuestros amores, de nuestros padres y de nuestros hijos? ¿Cuáles son sus tentaciones y debilidades, o su grado de lealtad y su fortaleza? ¿Cómo saber si fingen o si son sinceros, si interesados o desinteresados en la manifestación de su afecto, si su entusiasmo es verdadero o sólo adulación, calculada lisonja para ganarse nuestro aprecio y nuestra confianza, o para hacérsenos imprescindibles y así persuadirnos de cualquier empresa e influir en nuestras decisiones? Y aún es más: ¿podemos prever qué amigos van a darnos la espalda un día y convertirse en nuestros enemigos? Quiero decir: ¿Imaginar esa posibilidad cuando son todavía los mejores amigos y por ellos pondríamos la mano en el fuego y nos dejaríamos cortar el cuello? ¿Podemos fiarnos de nosotros mismos, de que no seremos nosotros quienes cambiaremos y nos torceremos y traicionaremos, quienes envidiaremos un día a quien hoy más queremos y no podremos soportar su contacto ni su presencia, y decidiremos regirnos sólo por el resentimiento?

Para conmemorar el primer aniversario de la muerte de Javier Marías, llega hoy a las librerías, publicado por Alfaguara, la reedición en un tomo de este formidable monumento narrativo, que seguramente es su obra más completa y ambiciosa y una de las novelas más importantes del siglo XXI. Y no sólo en español.






 

20 septiembre 2023

Ensayos literarios de Virginia Woolf



Virginia Woolf acuñó en 1927, en uno de sus ensayos literarios, la metáfora del estrecho puente del arte para aludir al cruce entre tradición y modernidad en el que se sitúa la creatividad de un autor cuando asume por un lado las diversas herencias literarias y afronta por otro lado las novedades que justifican el sentido de su escritura.

Esa metáfora, “alude al momento paradigmático en que quien escribe ha de decidir qué llevarse de sus antecesores y qué aportar a sus contemporáneos”, como señala Rafael Accorinti en la introducción de su edición de El estrecho puente del arte, la colección de ensayos y artículos literarios que acaba de publicar Páginas de Espuma.

Organizados en dos partes -«El arte de la ficción» y «El arte de la biografía»-, Virginia Woolf aborda en estos textos ensayísticos la literatura de Melville, que “ha culminado su labor mejor que el artista más sofisticado de nuestra época”) y de Dickens, en cuyas novelas “todo es absoluto y extremo”; de Flaubert (que “tardó un mes en encontrar una frase para describir un repollo”) y de Dostoievski (“el fervor de su genio lo insta a cruzar todos los límites”), de Chéjov (“Nadie hay que parezca mejor dotado de un sentido más agudo de la belleza”) y Tolstói (“el más grande de todos los novelistas”, que “reescribió Guerra y paz siete veces’), de Stendhal (que “se propuso desde el principio dominar el arte de la vida”) y de Proust (‘todo su universo está impregnado de la luz de la inteligencia’); de Henry James ( de quien subraya “su manera majestuosa” y “la maestría de su prosa”); de Hemingway (“un escritor hábil y concienzudo”) o Thoreau, que “hizo todo lo que pudo para fortalecer su propia comprensión de sí mismo.”

En estos textos Virginia Woolf hace un repaso de sus lecturas y lanza  una invitación a la lectura modélica del lector común, aquella que está libre de prejuicios académicos y no se deja orientar por otra guía que su propio gusto y su independencia de criterio.

En “¿Cómo debería leerse un libro?”, el texto de una conferencia para un colegio femenino de Kent en enero de 1926, da este consejo:

El único consejo que, en verdad, una persona puede dar a otra sobre la lectura es que no permita que nadie le aconseje, que siga sus propios instintos, que use el sentido común, que llegue a sus propias conclusiones. Si estamos de acuerdo en esto, entonces me siento en la potestad de proponer algunas ideas y sugerencias, porque la lector de lector no has de dejar que cuarto en esa independencia que es la cualidad más importante que puede llegar a tener.

Con su criterio propio de lectora común, Virginia Woolf evoca memorablemente sus horas en una biblioteca (“Día tras día no hacemos otra cosa que leer. Es una época de una excitación y una exaltación asombrosas”), exalta la belleza de la poesía griega y la perfección de su lengua, hace una lectura superficial y anodina del Quijote, se acerca al Viaje sentimental de Sterne o a Defoe, uno de los grandes escritores sencillos, a través de Moll Flanders y de Roxana; declara su simpatía por Jane Austen, “la artista más perfecta entre las mujeres”, y su profunda clarividencia de lo cotidiano y habla con admiración de otras escritoras como Emily Brontë o George Eliot o hace una profunda lectura de los novelistas rusos en “El punto de vista ruso”, de 1919, uno de sus mejores ensayos.

Pero hay mucho más en estas páginas intensas y cercanas de una Virginia Woolf lectora sutil: una reflexión sobre la relectura y sobre la crítica, un profundo análisis de los relatos de fantasmas de Henry James, una evocación necrológica de Conrad, con un agudo estudio de Marlow como proyección analítica y sutil del novelista desdoblado en su personaje; la autobiografía de De Quincey como paradójica suma de defectos y muestra de talento, o una lúcida disección de la obra novelística  de Thomas Hardy.

Son las lecturas en voz baja, las propuestas de una lectora excepcionalmente penetrante, pero también las reflexiones técnicas de la novelista renovadora y consciente de su oficio que explora los procesos creativos y la anatomía de la ficción, la construcción del personaje desde dentro y la atención a su psicología, bajo una marcada influencia de tres novelistas decisivos en la configuración de su obra: Dostoievski, Henry James y Proust.

Cierra el conjunto el breve “Atardecer en Sussex: Reflexiones en un automóvil”, un ensayo de 1930 en el que Virginia Woolf  habla en un ejercicio de ventriloquia y desdoblamiento de las distintas identidades que coexisten en su personalidad.

Una personalidad compleja y problemática para la que, como afirma Rafael Accorinti en su introducción, “leer y escribir es dar pasos hacia el pensamiento crítico, la independencia intelectual y la posterior libertad de la mujer.”

Con la edición de El estrecho puente del arte, que llega hoy a las librerías, Páginas de Espuma sigue enriqueciendo su espléndida colección de ensayos: Chéjov, Flaubert, Dostoievski, Proust, Poe, Stevenson, Clarín, Henry James, Joyce o Harold Bloom son algunos de los ilustres antecesores de su catálogo.



 

19 septiembre 2023

El milagro egipcio




“René «Aor» Schwaller de Lubicz (1887-1961), nacido en Alsacia, fue artista, químico, revolucionario, neopitagórico y egiptólogo, pero también, más secretamente, adepto y practicante del hermetismo, con una profunda experiencia en los procesos esotéricos de laboratorio. Alumno de Matisse, receptor del título caballeresco «de Lubicz» y colaborador de Fulcanelli (uno de los más influyentes alquimistas del siglo xx), Schwaller llevó a cabo uno de los más pode- rosos esfuerzos en el mundo moderno por aunar lo metafísico con lo concreto. Quizá porque su obra maestra, el tratado egiptosófico Le Temple de l’homme (El Templo del hombre, 1957-1958), contiene unas mil páginas de denso análisis geométrico, Schwaller es uno de los esotéricos más respetados y a la vez olvidados del siglo xx. En los círculos académicos, su enfoque simbolista de la egiptología suscitó una enconada controversia, mientras que en los ambientes literarios despertó la admiración de figuras como Jean Cocteau y André Breton. A pesar de ello, o quizá justo por ello, sus textos han merecido escasa atención académica”, escribe Aaron Cheak en el amplio estudio introductorio La llamada del fuego: la búsqueda hermética de René Schwaller de Lubicz, que sirve de prólogo esclarecedor a El milagro egipcio, de René Schwaller de Lubicz, que publica Atalanta en una magnífica edición ilustrada por su hija Lucie Lamy y traducida por Andrés Piquer Otero.

Entre 1939 y 1951, tras abandonar Mallorca, a donde había ido tras la pista de Ramon Llull, René «Aor» Schwaller de Lubicz se estableció en Egipto, donde intuyó ante el mural de la tumba de Ramsés IX que lo representaba como la hipotenusa de un triángulo rectángulo -el triángulo sagrado- la probable vinculación de la civilización egipcia con las tradiciones herméticas y pitagóricas.

Se iniciaban así una serie de investigaciones de egiptología simbolista y geometría sagrada que culminarían en su monumental El templo del hombre, del que este volumen recupera en su segunda parte una selección significativa de textos.

Schwaller de Lubicz, que ya había abordado interpretaciones esotéricas y alquímicas de las catedrales francesas, propone desde entonces una lectura simbólica del templo iniciático de Luxor como templo del hombre y como imagen del cosmos.

Murió en 1961 y en 1963 se publicó póstumo El milagro egipcio, organizado en dos partes: una primera, con artículos inéditos que son una preparación para el lector y una introducción a su obra capital, El templo del hombre, de la que se ofrecen la segunda parte los pasajes esenciales. 

Se trata de una recopilación de textos organizada por su mujer Isha, que afirmaba en la presentación de la primera edición de El milagro egipcio: “El esfuerzo del maestro por expresar estas enseñanzas de modo que fueran asimiladas por los menos instruidos dota a estos textos del conmovedor encanto de una enseñanza oral en la que el maestro se identifica con las dificultades de los alumnos y les muestra cómo orientarse a la hora de penetrar en la ciencia de los sabios.”

Matemática y arquitectura, pintura y geometría, número y conocimiento, analogía y volumen, simbolismo esotérico y teología se funden en estas páginas que proponen las claves interpretativas para descifrar el lenguaje iniciático de la religión egipcia y de la sabiduría faraónica, el pensamiento filosófico y matemático que está en la base de la cultura del Egipto de los faraones, olvidada tras milenios marcados por la filosofía griega.

La imagen y el signo, el lenguaje numérico y los ritos iniciáticos son las claves de un conocimiento articulado como pensamiento analógico y simbólico que encauza lo que Schwaller de Lubicz define como la inteligencia del corazón, que concibe el templo como imagen del universo. 

Y con ese punto de partida Schwaller de Lubicz reivindica la inteligencia emocional que, “en conexión con la inteligencia cerebral, puede abrir los ojos a una forma totalmente distinta de pensar y actuar.” 

Ese pensamiento espiritual y cosmológico, hecho obra y dotado de sentido  humano, es revelación y expresión de ideas y símbolos de armonía cósmica en una cultura como la egipcia, que refleja una manera de ser y de pensar la realidad, de concebir al hombre y el universo a través de conceptos como el Antropocosmos y el Templo místico con los que intenta iluminar las leyes de la creación que dan sentido al mundo, a la arquitectura del templo y a las inscripciones, porque “el templo debe leerse como un libro”:

La inscripción del pensamiento faraónico no ha de ser leída lógicamente como nuestras escrituras. Ha de ser interpretada.
La egiptología será exégesis o errará en sus fines y se quedará en lo insignificante.
En el pensamiento faraónico, el Hombre es el Antropocosmos, un Todo. 
[…]
La egiptología puede ser un oficio de sepultureros y de saqueadores de tumbas, o bien la más maravillosa fuente de saber para un mundo futuro.



 

18 septiembre 2023

Poemas de las Letras Universales




Uno de los volúmenes con los que Cátedra celebra sus cinco décadas de existencia es la magnífica antología Poemas de las Letras Universales, preparada por José Francisco Ruiz Casanova.

Presentadas con una honda reflexión del editor sobre la naturaleza de la traducción (“Odisea por las culturas y los tiempos” (Laudatio de la traducción) que comienza con esta frase: “Traducir es viajar, y la traducción es una invitación al viaje, sus más de quinientas páginas reúnen una muestra representativa de la poesía universal desde Homero a Eliot, pasando por Wang Wei, Virgilio, Petrarca, Hölderlin, Rimbaud o Rilke.

Es un más que recomendable y espectacular panorama organizado por lenguas (griego, latín, árabe, chino, francés, rumano, portugués, italiano, inglés, alemán y ruso), que convoca a los mejores poetas y los mejores versos de la historia en las eficientes traducciones que ha ido recogiendo la colección Cátedra Letras Universales en estas cinco décadas. 

Poesía épica o lírica, poesía que construye el pensamiento o que es el resultado de la construcción del pensamiento; poesía como música o como explicación de la realidad, como expresión de sentimientos o como revelación del mundo; poesía como iluminación o como reivindicación, como forma de conocimiento y como búsqueda de sentido de la existencia, como "friso constituido por las teselas irrepetibles que ha ido labrando la memoria" o como expresión de la subjetividad.

Un mapamundi poético que debería además ser un incentivo para entrar con más profundidad y extensión en la obra de autores de los que aquí aparecen muestras significativas pero necesariamente breves que resumen el centenar largo de volúmenes de poesía que atesora el catálogo de Letras Universales Cátedra.

En este enlace puede descargar el curioso lector el índice para hacerse idea del contenido de esta “antología de poemas escritos en lenguas que no son los españoles y traducidos a dicho lengua: una antología preparada a partir del trabajo de más de un centenar de traductores, que con su volumen el volumen es editados en la colección letras universales, ha contribuido a la construcción de este título.[…] Una antología de traducciones en la misma medida en la que es una antología de poesía universal traducida”, como explica José Francisco Ruiz Casanova.

 


17 septiembre 2023

Poe. Ensayos completos III


 

16 septiembre 2023

Ferrer Lerín. Poesía reunida


 

15 septiembre 2023

Poesía completa de Angelina Gatell




Un vacío poético de más de treinta años llama inevitablemente la atención del lector que se acerca a la espléndida edición de Sobre mis propios pasos, el primer volumen de la poesía completa de Angelina Gatell (1926-2017) que publica Bartleby con un prólogo de Antonio Colinas y edición y estudio preliminar de Marta López Vilar.

Razones personales, dificultades editoriales y modas poéticas debieron de confluir para provocar un hiato literario tan acusado entre Las claudicaciones, un libro de 1969, y Los espacios vacíos, que no aparece hasta 2001. 

Semejante, aunque más prolongado, que el de poetas como José Hierro o Félix Grande, ese silencio editorial no es estrictamente un parón creativo, porque la misma Angelina Gatell deja claro en 2004, en la edición de la colección de sonetos Noticia del tiempo, que dos de las tres partes del libro las escribió entre 1948 y el año 2000: entre 1948 y 1960 la primera y entre 1960 y el 2000 la segunda.

En cualquier caso, la autora sale de ese túnel con una voz cada vez más afinada que alcanza sus mejores momentos en Cenizas en los labios (2011), La oscura voz del cisne (2015) y en el póstumo La veu perduda (2017), que se edita en versión bilingüe catalán-castellano.

Este primer volumen, que reúne la obra publicada entre 1955 y 2017, desde el Poema del soldado hasta La veu perduda, refleja lo que Antonio Colinas define en su texto prologal como “el profundo humanismo de su poesía.”

Un humanismo presente desde el inicial Poema del soldado (1955), el primer libro de quien entonces era una autora desconocida, cuya “voz, modesta e inmadura brilló un momento en el aire turbio y enrarecido de su mundo provinciano”, como señala ella misma en la introducción -“Mi vida ha cambiado, mi poesía ha cambiado” - que escribió en 2010 para la reedición de esta obra.

Los trece poemas del libro, escritos a finales de los 40 y principios de los 50, reflejan la experiencia traumática reciente de la guerra civil y expresan la memoria del horror vivido de cerca. Entre la ‘Dedicatoria’ que abre el conjunto y el ‘Epitafio’ que lo remata, los once poemas vertebrales que constituyen propiamente el Poema del soldado están puestos en boca de una voz poética que es la del sencillo campesino Miguel, que pregunta a Dios ante la muerte y la guerra en el vacío del silencio:

Es la guerra, dijeron 
y entonaron sus himnos. 

Los vi perderse lejos, ajenos ya, remotos.
Sus manos en mis hombros 
como garfios terribles 
dejaron la consigna de la sangre.
Y me dieron, Señor, este hierro que empuño.

Planteados como una contenida imprecación a la divinidad callada y ausente ante la tragedia de la guerra, estos poemas exploran desde su desasosiego religioso la relación entre la angustia de la poesía existencial y la protesta de la futura poesía social. 

Una conexión que fue característica de la poesía desarraigada y que se había ido perfilando en poetas como Blas de Otero y su ángel cada vez más fieramente humano. Versos como estos lo anticipan:

Que ya basta, Señor. Caiga tu mano,
sus terribles azufres, 
la implacable columna de tu fuego, 
destruye la injusticia del hombre contra el hombre 
y edifica piadoso
-dicen, Señor, que Tú puedes hacerlo-, 
aquella paz hermosa que perdimos.

Así lo resume Angelina Gatell en la introducción, escrita sesenta años después que el libro: “Mi poema quiso ser una contestación, y una petición de cuentas, digamos, desde la voz más humilde de una de las criaturas más humildes, al Dios que, inexplicablemente permisivo, había consentido el horror.”

 Y así lo reflejan versos como estos:

Yo no entiendo sus cantos.
Yo no sé por qué luchan.
Yo no siento en mis venas la inclemente llamada 
del horror circulando. 

Pero sé que nos queda muy abierta la herida, 
muy cansada la tierra; 
que el silencio reemplaza la canción de otros días; 
que los campos se cubren de ceniza y salitre, 
que ni el trigo ni el hombre, 
ni la rosa ni el árbol volverá a ser lo mismo.

El libro siguiente fue Esa oscura palabra (1963), en el que, junto con poemas religiosos y familiares, la autora manifiesta su solidaridad reivindicativa con los vencidos en la guerra civil. Lo abre un soneto, ‘La respuesta’, que termina con estos dos tercetos: 

Sobre la tierra estoy, toco la tierra.
Siento el hondo latido de esta guerra 
y os entrego mis manos desoladas.

Pero decidme ahora, compañeros, 
¿quien podrá contestarme en los senderos 
si están vuestras respuestas enterradas?

La memoria herida y desolada de las pérdidas recorre Las claudicaciones, que cierran estos versos sobre la infancia perdida:

No volveré a encontrarte hasta que un día 
pongas tu mano, 
compañera del viento y de la lluvia, 
sobre mi frente 
y me apagues los ojos, 
y vuelvas a sonreírme, 
niña mía, 
como entonces, 
y para siempre ya, entre la niebla.

Tras el largo silencio, una suma de desamparo y esperanza recorre los poemas de Los espacios vacíos, al que pertenece ‘Renovada esperanza’, dedicado “a Carlos Álvarez, que me sonríe a través del cristal del locutorio de la cárcel de Carabanchel”:

Donde aquel sueño estuvo 
ya sólo queda un rastro 
de su fulgor.
Una luz vacilante 
que fluye 
difícilmente 
entre el ayer gozoso y la ceniza 
que ahora, en este lado del invierno, 
impregna nuestros pechos, los mancilla.

No la toques, 
te quemaría las manos 
como una brasa.
Dejemos 
que se vaya apagando 
y nos deje su espacio 
vacío junto al alba, 
junto al diario milagro 
de la luz. Y esperemos.

Nada termina. Acaso 
germina la semilla 
en el hueco profundo 
de nuestro desamparo 
y otra vez en la noche 
zigzaguee el relámpago 
efímero y hermoso 
de la esperanza.

Solo por eso, 
con sufrimiento, canto.

En los últimos libros de Angelina Gatell se impone un sombrío tono elegíaco que se anuncia ya en el título machadiano de Cenizas en los labios, compuesto como una elegía en cinco tiempos. Así comienza su ‘Preludio’:

Hoy hace día de comer lentejas.
No sé si es por la lluvia 
o por la soledad. O quizá por eso 
que llamamos memoria, 
viejo palacio en ruinas que aún me salva 
de la nada absoluta 
cuando más gris se pone la mañana, 
más culpable el olvido, 
y me siento tan lejos de mí misma 
que es inútil llamarme.

Escrito con vocación de despedida, La oscura voz del cisne reúne en sus dos partes un conjunto de poemas marcados por el sostenido tono elegíaco, por la presencia la muerte como una inminencia que desata la memoria -“el ayer es mi historia y mi patria”-, un componente fundamental en toda su poesía que se había acentuado en los últimos libros,  desde Noticia del tiempo.

Pero esa oscura voz del cisne que canta en la cercanía de la muerte convoca con serenidad los recuerdos en forma de nombres y de afectos y los pone en orden para hablar de presencias y pérdidas, para rescatar imágenes confusas que el tiempo ha ido difuminando y que la palabra serena y firme de Angelina Gatell restaura como se restauran las fotografías antiguas, para curarse de la ausencia y para dejar constancia escrita de la vida como en un testamento hológrafo antes de que falten las palabras.

Una elegía imprescindible como la que da título al último poema de un espléndido libro “en donde se reúne / la hermosa arqueología / de todo / lo que empecé a perder una mañana / del año veintiséis del siglo veinte.

“En esos textos últimos -señala en su prólogo Antonio Colinas- hay una serenidad que solo otorga el estar en posesión de una voz tan humana, auténtica, y traspasada siempre por una emoción que es algo más que nostálgica o melancólica.”

Y esa tonalidad serena y elegíaca recorre también La veu perduda desde el poema que da título al libro:

Una mujer inmóvil frente al mar 
mira serena, detrás del horizonte, 
la distancia del tiempo. 

Por sus labios, apenas entreabiertos, 
parecen transitar palabras sin sonido 
como leves indicios de una voz perdida 
que nunca escucharemos. 
Habrá que suponerla 
y suponer también las brisas 
que le han desordenado los cabellos 
estáticos, tristísimos.

El sol poniente recorta su figura 
bajo el vuelo, estático también, de unas gaviotas 
que ya no volverán a proseguir camino.
Ella tampoco. Lo sabe. Se adivina
en el perfil opaco que retiene 
su estatura en el aire.

La mujer es muy vieja y tiene frío.
La tarde la castiga 
con un temblor oscuro y avariento 
que dulcemente oculta. 

Sin embargo, hay algo reteniéndola 
aún junto a las olas.
Quizá quiere decirnos 
que únicamente queda,
después de tanta vida, 
su canto como prenda y testimonio.

“Memoria y escritura en la obra poética publicada de Angelina Gatell” titula Marta López Vilar su estudio introductorio, que cierra con este párrafo: “En definitiva, la poesía publicada de Angelina Gatell ha mantenido una coherencia extraña (por inusual) a lo largo del tiempo. Ha sabido mutar y adaptarse a un tiempo devastador y lumínico, transitar desde la denuncia social de su primer libro hacia el sendero boscoso y trascendente de la intimidad. Y todo ello con una presencia que nunca la abandonó a lo largo de su escritura: la memoria que era suya y, sin embargo, hizo nuestra, porque logró traernos al presente las mayores heridas del pasado, también la mayor belleza.”







14 septiembre 2023

Hernán Díaz. Fortuna