23 mayo 2025
Al dejar Europa de ser el centro de la historia, estamos menos seguros de la preeminencia de la tradición clásica y occidental. Los horizontes del arte han retrocedido, en el tiempo y en el espacio, más allá de lo que nadie podía sospechar. Dos de los poemas más representativos de nuestra época, La tierra baldía, de T. S. Eliot, y los Cantos, de Ezra Pound, se han inspirado en el pensamiento oriental. Las máscaras del Congo asoman en los cuadros de Picasso como una vengadora desfiguración. En nuestros espíritus se proyectan las sombras de las guerras y las bestialidades del siglo xx; nuestra herencia nos hace ser cautos.
Pero no debemos ir demasiado lejos. En los excesos del relativismo se encuentran los gérmenes de la anarquía. La crítica debería traernos los recuerdos de nuestro gran linaje, la incomparable tradición de la épica que va de Homero a Milton, los esplendores de la tragedia en la antigua Atenas y del drama isabelino y neoclásico, de los maestros de la novela. Debería afirmar que, si Homero, Dante, Shakespeare y Racine ya no son los más grandes poetas del mundo entero —el mundo se ha hecho demasiado grande para la supremacía—, son todavía los supremos poetas de aquel mundo del que nuestra civilización saca su fuerza vital y en cuya defensa debe arriesgarse.
George Steiner.
Tolstói o Dostoievski.
Traducción de Agustí Bartra.
Siruela Biblioteca de Ensayo. Madrid, 2025.
22 mayo 2025
21 mayo 2025
Antología poética de Pedro López Lara
El temblor
Ya no tiemblo al leerlo, pero aún soy capaz
de reconocer por el tacto un buen poema.
De recorrer su piel y ver si tiembla.
Ese poema de Pedro López Lara resume en sus tres versos no sólo su postura como lector de lo ajeno, sino su poética propia y poderosa.
Una poética construida sobre el temblor de una palabra tan verdadera como la suya, que brota siempre del cuidado del verso, de la intensidad poética y de la hondura humana, de la aguda conciencia del tiempo y de la capacidad de hacer de la derrota victoria y de la materia elegíaca del recuerdo razón celebratoria, como en este espléndido Ubi sunt:
Dónde están mis guerreros, perdedores
solo en batallas no libradas, que fueron las más.
Dónde están los castillos que crispaban sus almenas
ante un peligro imaginario.
Dónde el enemigo retirado antes de tiempo,
sin haber completado sus infamias.
Dónde las vistosas misiones que llevaban
por comarcas insólitas.
Dónde los planos del tesoro que auguraban
la expedición, las sangres intermedias.
Dónde los indolentes, espaciosos días,
sus noches dilatadas.
Dónde el baile final de Zorba el griego,
su mística celebración de la derrota,
más grande que cualquier derrota.
Dónde estamos, amigos, cómo hemos llegado
—única magia auténtica— hasta aquí.
La antología Por arrabales últimos, que ha preparado y prologado José Cereijo, recoge una muestra de la obra poética de Pedro López Lara: intensa siempre, ahora también extensa, definitivamente mayor e imprescindible en su temblor, su hondura y su altura.
“Una obra poética -tengo escrito aquí- en la que el rigor verbal se convierte en instrumento de una honda meditación que hace de su riguroso ejercicio poético una forma de conocimiento, de arriesgado buceo profundo y a pulmón en el interior de sí mismo.”
La publica Renacimiento en su ya clásica colección de antologías y se presenta mañana jueves a las siete de la tarde en el sótano de la librería Sin tarima de Madrid.
20 mayo 2025
Canetti. La provincia del hombre
“Las intuiciones de los escritores son las aventuras olvidadas de Dios”, escribe Elias Canetti (1905-1994) en uno de los apuntes que anotó entre 1942 y 1972 y que forman parte de La provincia del hombre, que publica Taurus con traducción de Juan José del Solar y un prólogo (“Un enjambre de relámpagos tenaces”) en el que Ignacio Echevarría destaca que este es “uno de los libros más ricos y plurales del siglo XX” y “la concentración cada vez más intensa de los apuntes, que poco a poco alcanzan un asombroso virtuosismo para conseguir cifrar la mayor cantidad de sentido en un pequeño número de palabras.”
Estas notas, que se extienden durante tres décadas (“Treinta años de vida consciente -reconoce Canetti en la Nota preliminar a la edición- son muchos años”), empezaron siendo una válvula de escape al trabajo titánico de esos años, dedicados a la composición de Masa y poder, que absorbió su actividad intelectual durante décadas y provocó “una presión que con el tiempo fue adquiriendo proporciones peligrosas. Era imprescindible crear una válvula de escape para ella, y a principios de 1942 la encontré en estos apuntes. Su libertad y espontaneidad, el convencimiento de que existían únicamente por sí mismos, de que no servían a ningún fin, la irresponsabilidad con la que jamás volví a leerlos ni cambié nada en ellos, me salvaron de un anquilosamiento que hubiera podido ser fatal.
Estos apuntes se fueron convirtiendo gradualmente en un ejercicio cotidiano e imprescindible. Sentía que una parte importante de mi vida pasaba a integrarse en ellos. Al final salieron varios tomos, y lo que aquí presento es una pequeña selección de ellos.”
Tras una larga e intensa gestación, Masa y poder se publicó en 1959 y a partir de entonces, estas notas, que se prolongan hasta 1972, cada vez más breves y más concentradas, perdieron su condición ancilar y tomaron una entidad propia, aunque durante décadas se mantuvieron en el terreno de lo privado. Así lo explica Canetti en la Nota preliminar:
Estos apuntes hacía tiempo que habían perdido su carácter de válvula de escape. Ya no surgían bajo la presión de una tarea que me había resultado muy pesada. Si antes tenía a menudo la impresión de que me habría asfixiado forzosamente sin esos apuntes, entonces pasaron a adquirir una legitimidad propia e intangible.
Además de los fragmentos relacionados con la elaboración de Masa y poder, la guerra y el militarismo, la religión y la muerte, la ética y la estética, el poder y el dinero, la música y la literatura, la poesía como forma de conocimiento, la lengua y los animales, la Historia y la Ciencia, la sociedad, la política y la vida en Inglaterra, el exilio en un Londres bombardeado y Goethe, el papel de la técnica y los peligros del progreso, las palabras y el silencio, el pasado y los sueños son algunos de los múltiples temas que aborda Canetti en La provincia del hombre, un conjunto de apuntes que tiene una función vertebral en la configuración de su pensamiento y que puede tomarse como epítome de toda su obra.
Porque, como señaló Sven Hanuschek, editor y biógrafo de Canetti, “la obra principal de Elias Canetti no es Auto de fe ni Masa y poder. La única que lo contiene por entero son sus apuntes.”
Junto con los que recogió luego en El corazón secreto del reloj y en El suplicio de las moscas, estos textos para leer a saltos (el propio Canetti se refería a sus apuntes como «literatura de saltos») constituyen, según todos los especialistas en su obra, la cima intelectual de un autor que, después de Masa y poder, renegó de los sistemas de pensamiento cerrados y se centró en estos textos de escritura plural y proteica, que se mueven entre la anotación diarística, la reflexión y el aforismo, en la estela de sus maestros Pascal, Lichtenberg o Joubert.
Espontáneos, fulminantes y asistemáticos, estos apuntes expresan no sólo una manera de escribir caracterizada por la brevedad y una concentración progresiva, sino una forma de pensar, un pensamiento aforístico en el que toman cuerpo la impaciencia y el desahogo una vez que se libera de la disciplina agotadora de una obra tan gigantesca como Masa y poder y renuncia al sistema cerrado y al enunciado de la totalidad cuando escribe en un apunte de 1975, “que la esperanza ya sólo radica en lo fragmentario, que ya una totalidad de la vida sólo se halla en lo fragmentario.”
En conjunto, la de Elias Canetti es una de las obras esenciales del siglo XX. No sólo sus imprescindibles Auto de fe y Masa y poder, también los tres volúmenes de su autobiografía, Historia de una vida, o su larga serie de apuntes, con La provincia del hombre como una de sus cimas, son referentes fundamentales en el panorama de la cultura europea contemporánea.
Dejo aquí tres apuntes como muestra:
Algún día resultará evidente que con cada muerte los hombres se vuelven peores.
Nos convertimos en todo aquello que más hemos aborrecido. Todo aborrecimiento ha sido un mal presagio. Nos mirábamos en un espejo deformante del futuro, sin saber que éramos nosotros mismos.
¿Qué tal si no hubiéramos mirado aquel espejo? ¿No habríamos llegado a ser lo que somos?
Me interesan los hombres de carne y hueso y me interesan los personajes. Aborrezco los híbridos de ambos.
19 mayo 2025
18 mayo 2025
17 mayo 2025
16 mayo 2025
Viva el rey de los toreros
Como desde hace un más de un siglo, hoy la Monumental de las Ventas guardará un minuto de silencio -un minuto de sesenta segundos de verdad, no como los del fútbol- en recuerdo de la muerte de Joselito. Ese minuto de silencio se cierra cuando alguien grita en el tendido “¡Viva el rey de los toreros!”
Lo seguirá coronando una ovación de homenaje a aquel joven dios solar que murió el 16 de mayo de 1920 con veinticinco años en la oscuridad fúnebre de la enfermería de la plaza de toros de Talavera, en la que decidió torear a última hora, como quien va ciega e irremisiblemente en busca de su destino.
Cuentan los que estaban allí que por la ventana enrejada de la enfermería entraban aquella madrugada los mugidos del sobrero que estaba en los corrales. Así lo dejó escrito Gregorio Corrochano en la crónica de aquella tarde (“¿Qué es torear? Yo no lo sé. Creí que lo sabía Joselito y vi cómo le mató un toro”):
La enfermería tenía una ventana con reja. Entró la luz cárdena, de esa hora indecisa, hecha de noche y día, del amanecer. Joselito no la vio. La cuadrilla, despeinada por las manos crispadas, las coletas deshechas, lacias, caídas, los ojos «emparpitaos» como en la saeta de Manuel Torres, el rostro dolorido y amarillento como los cirios de la capilla ardiente; parecía que aquellos hombres se habían muerto durante la noche.
En un corral cercano a la ventana de la enfermería había un toro, el sobrero de la corrida. El toro mugía, como si ventease a los toreros. Por la ventana entraban los mugidos del toro, y se rompió el silencio del dolor y de la muerte. ¡Todavía el toro!
Hay en esa sostenida tradición del silencio por el torero (“Y por Gelves viene el río...”) un remordimiento inconsciente, una penitencia heredada, porque de Madrid salió Joselito el día anterior -San Isidro- con una bronca brutal para encontrarse frente a la muerte con el toro Bailaor, terciado, certero y cornicorto (como Islero, como Avispado, como Burlero) de la viuda de Ortega.
En su inteligencia alegre fue proclamado -por eso no se apaga su memoria- “rey de la luz”, como dijo Pepe Alameda en este párrafo memorable de El hilo del toreo:
Según el lenguaje de Spengler, ya utilizado en otro capítulo y que de momento nos sigue siendo útil por su poder de síntesis, podría considerarse a Belmonte como un torero mágico -cerrado, misterioso- y a Joselito como un torero fáustico -abierto, expansivo-. La aparición de Joselito -rey de la luz- produjo júbilo. La de Belmonte -señor de las tinieblas- asombro. José aparece como una superación -Maravilla, le dijeron-. Juan como un fenómeno -Terremoto, le llamaron-.
Es verdad que Joselito no ha tenido una celebración literaria comparable al Juan Belmonte, matador de toros, de Chaves Nogales, pero no le ha faltado el recuerdo de la afición ni el homenaje de la poesía.
Bergamín evocó en El arte de birlibirloque “el fantasma luminoso de Joselito” y su “clara inteligencia juvenil” antes de destacar que “Joselito toreaba, clásicamente, para el universo: por el gusto de torear.”
Con tono solemne y con el ritmo lento del endecasílabo, Gerardo Diego escribió una elegía en serventesios que terminaba con esta estrofa:
Y todo cesó, al fin, porque quisiste.
Te entregaste tú mismo; estoy seguro.
Bien lo decía en tu sonrisa triste
tu desdén hecho flor, tu desdén puro.
Y Alberti escribió en su memoria las diez redondillas neopopularistas de Joselito en su gloria que cerraban estos cuatro versos que son como una garbosa media verónica de remate:
Que pueda, Virgen, que pueda
volver con sangre a Sevilla
y al frente de mi cuadrilla
lucirme por la Alameda.
Así, Joselito en su gloria, se titula también este dibujo albertiano de 1949 que está en la colección del Reina Sofía.
P. S.: Si se entera el ignorante Ministro de Censura lo retira de la sala.
15 mayo 2025
Príncipes y principios, de Alberto Fadón
YO, POETA REACCIONARIO
To He/Him.
Yo nací, perdonadme, en Salamanca,
no en patrias prometidas de pronombres.
(Hoy elijo palacios, islas, torres
antes que arcanas magias onomásticas).
Yo nací por igual noble y canalla
en la tierra de Lázaro de Tormes.
A lo decolonial y al gender problem
prefiero la defensa de mi España
y sus lances ¿España? Perdonadme:
las naciones copiosas de un estado
por esencia y querencia subyugante.
En fin. Serenidad, desdén hidalgo
y sorna belicosa, que ya es tarde
para no ser poeta reaccionario.
Con ese poema abre Alberto Fadón (Salamanca, 1997), como una carta de presentación semejante a la de Antonio Machado en Campos de Castilla y a la de Manuel Machado en Adelfos, su espléndido Príncipes y principios, que publica La Isla de Siltolá en su colección Poesía.
Pródigos en guiños literarios, en citas integradas, en homenajes y complicidades (Juan Ramón, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez…), los poemas de Príncipes y principios, un asombroso primer libro, trazan en su diseño a la vez clásico y moderno el contorno estético y moral de un poeta cabal, “clásico y castizo”.
Un poeta formado en la alta literatura y dotado con el don de la palabra y con una admirable capacidad de integrar la vida y la literatura, el ejercicio de la lectura con el de la escritura.
Inspirado en una cita de Luis Rosales, del título de este poema toma título el libro:
PRÍNCIPES Y PRINCIPIOS
Esa preferencia del pálpito al cálculo significa en el caballero
simplemente la fe inquebrantable en sí mismo y en su
destino personal.
MANUEL GARCÍA MORENTE
Un poco más de pálpito que cálculo
-como según Morente el caballero-
me hizo cambiar los mundos de Carnero
por este humor y vocación de oráculo
contra la clerecía cultural
y a favor de la vida y del verano.
¿Estética y moral? Pues lo cercano
y luminoso, poco más. Rural
no lo he sido. La aldea no festejo
ni la corte desprecio. Ya no callo
mis juicios por tibieza y entre ripios
con una amarga confesión
os dejo: hubiera preferido ser vasallo
de príncipes mejor que de principios.
Alberto Fadón es un poeta con oído educado en la dicción clasica, un poeta que sabe que el verso tiene respiración propia y no es la secuencia gráfica resultante de cortar la prosa en retalillos sueltos de suspiros provincianos, sino una cuestión de ritmo expresivo.
Y, sabiéndolo, es capaz de una labor de integración de formas métricas que se refleja en la convivencia del soneto con el verso blanco de varia medida o con estructuras de la poesía popular como en las “Soleares charras”, alguna tan provocadora como esta:
¿Y los cultores del haiku?
Pues allá ellos y que rimen
si quieren en asturianu.
Y en la coexistencia de tonos muy distintos, entre lo serio y lo jocoso, entre lo culto y lo coloquial, la mitología para hablar en el mismo poema de John Ford y de San Jerónimo, de Ovidio y Gómez Dávila, o para que convivan en las páginas del libro el cine y las glosas en prosa gongorina, el mar de Cádiz y el de Gijón, El Greco y Errol Flynn, el bótox y Leopardi, la écfrasis coplera de un cuadro de Ribera y Aquilino Duque, Gracián y Eric Rohmer, Platón y una paella.
Para que convivan también y sobre todo la línea clara y la potencia expresiva, tantas veces disociadas, en poemas como este, tan políticamente incorrecto, tan lamentablemente oportuno:
LO QUE QUEDA DE ESPAÑA
A aquella patria que renunció a la gracia y se hizo sierva.
Porque de aquella estirpe de claveles
y lirios embozados de armaduras
-pasmo del orbe que suspenso admira-
queda solo el aroma
languideciente y tardo
como un atardecer del mes de agosto
al sur de una bahía milenaria,
volvamos aunque sea
un rato a este cuartel
del recuerdo y los mudos homenajes,
felizmente muy lejos
del aplauso o reproche del común
y de las leyes cursis y flamígeras
de la memoria histórica.
14 mayo 2025
Tolstói o Dostoievski, el primer Steiner
La crítica literaria debería surgir de una deuda de amor.
Con esa frase abre George Steiner su magistral ensayo Tolstói o Dostoievski, que recupera Siruela en su Biblioteca de Ensayo con la traducción que Agustí Bartra publicó en México en 1968.
Al comienzo de este ensayo monumental que abría su portentosa trayectoria crítica, Steiner deja una luminosa declaración de principios y un programa intelectual cuando fija como objetivo del crítico sólo las obras maestras:
Realmente, muchísimo es lo que debe ser enterrado si se desea conservar la salud del lenguaje y de la sensibilidad. En vez de enriquecer nuestra conciencia, en vez de ser manantiales de vida, demasiados libros encierran para nosotros las tentaciones de la facilidad y de un grosero y efímero solaz. Pero éstos son libros para el apremiante menester del reseñista, no para el reflexivo y recreador arte del crítico. Hay más de «cien grandes obras», más de mil. Pero su número no es inagotable. A diferencia del reseñista y del historiador de la literatura, el crítico se interesa por las obras maestras. Su principal función no consiste en distinguir entre lo bueno y lo malo, sino entre lo bueno y lo mejor.
Y añade estas líneas esclarecedoras sobre la importancia de la tradición occidental como referente de esas obras maestras frente al relativismo que vislumbraba ya a comienzos de los años sesenta del siglo pasado:
Al dejar Europa de ser el centro de la historia, estamos menos seguros de la preeminencia de la tradición clásica y occidental. Los horizontes del arte han retrocedido, en el tiempo y en el espacio, más allá de lo que nadie podía sospechar. Dos de los poemas más representativos de nuestra época, La tierra baldía, de T. S. Eliot, y los Cantos, de Ezra Pound, se han inspirado en el pensamiento oriental. Las máscaras del Congo asoman en los cuadros de Picasso como una vengadora desfiguración. En nuestros espíritus se proyectan las sombras de las guerras y las bestialidades del siglo XX; nuestra herencia nos hace ser cautos.
Pero no debemos ir demasiado lejos. En los excesos del relativismo se encuentran los gérmenes de la anarquía. La crítica debería traernos los recuerdos de nuestro gran linaje, la incomparable tradición de la épica que va de Homero a Milton, los esplendores de la tragedia en la antigua Atenas y del drama isabelino y neoclásico, de los maestros de la novela. Debería afirmar que, si Homero, Dante, Shakespeare y Racine ya no son los más grandes poetas del mundo entero —el mundo se ha hecho demasiado grande para la supremacía—, son todavía los supremos poetas de aquel mundo del que nuestra civilización saca su fuerza vital y en cuya defensa debe arriesgarse.
Y establecido ese punto de partida, Steiner se fija como objetivo el estudio comparado de las obras de Tolstói y Dostoievski como modelos de dos enfoques artísticos y de dos formas de confluencia de la novela y la metafísica: el de la épica, vinculada a lo mítico o a lo histórico, a la esperanza y la utopía que va de Homero a Yeats y pasa por Tolstói, y el de la tragedia, centrada en resaltar la precariedad de lo humano, que desde Esquilo a Chéjov pasa por Shakespeare y tiene en el desengaño y la desesperación de Dostoievski uno de sus mejores representantes:
«Ningún novelista inglés es tan grande como Tolstói, es decir, ha dado un cuadro tan completo de la vida del hombre, en su aspecto doméstico y heroico a la vez. Ningún novelista inglés ha explorado el alma del hombre tan profundamente como Dostoievski», había escrito Forster en un párrafo que recuerda Steiner para proponer a Tolstói y Dostoievski como autores representativos de dos maneras -aunque contrarias, igualmente admirables- de concebir la novela, el arte y la vida:
“Tolstói y Dostoievski -afirma Steiner- son figuras señeras entre los novelistas. Sobresalen por el alcance de su visión y la fuerza de su ejecución. Ambos poseen la facultad de construir, por medio del lenguaje, «realidades» sensoriales y concretas, y, sin embargo, penetradas por la vida y el misterio del espíritu. Este es el poder que caracteriza a los «supremos poetas del mundo» de Arnold. Pero, aunque permanecen aparte en su dimensión pura —pensemos en la suma de vida acumulada en Guerra y paz, Ana Karénina, Resurrección, Crimen y castigo, El idiota, Los demonios y Los hermanos Karamázov—, Tolstói y Dostoievski forman parte del florecimiento de la novela rusa del siglo pasado. Este florecimiento […] diríase que representa uno de los tres principales momentos de triunfo en la historia de la literatura occidental; los otros dos corresponden a los tiempos de la tragedia griega y Platón, y a la época de Shakespeare. En los tres, el pensamiento occidental saltó hacia delante desde las tinieblas mediante la intuición poética; en ellos se reunió mucha de la luz que poseemos sobre la naturaleza del hombre.”
Y por eso, Steiner, que reconoce a ambos novelistas una altura artística semejante, anuncia que “una buena parte de este ensayo será, en espíritu, divisivo: tratará de distinguir al poeta épico del dramaturgo, al racionalista del visionario, al cristiano del pagano.”
Pero, superando esos límites, este desbordante ensayo de Steiner va más allá del estudio comparado de los dos novelistas rusos y sus novelas masivas, de la vasta dimensión en la que ambos genios concibieron y desarrollaron, desde la vitalidad impetuosa de Tólstoi a la fuerza creadora de Dostoievski, obras monumentales como Guerra y paz, Ana Karénina, Resurrección, El idiota, Los demonios y Los hermanos Karamázov, novelas a las que Steiner dedica interpretaciones definitivas e imprescindibles en cualquier aproximación a los dos novelistas.
Y más allá de ese extenso territorio narrativo de Tolstói y Dostoievski, explorado con hondura y agudeza, Steiner aborda la novela decimonónica como eslabón de la tradición literaria occidental en una cadena de la que forman parte Homero y los trágicos griegos, Dante y Milton, Shakespeare y Goethe.
Porque “la novela surgió no solamente como el arte del hombre privado que se aloja en casas en las ciudades europeas. Desde los tiempos de Cervantes en adelante, fue el espejo con que la imaginación predispuesta a la razón, captó la realidad empírica. Si Don Quijote dio una ambigua y apiadada despedida al mundo de la epopeya, Robinson Crusoe deslindó el de la novela moderna. Como el náufrago de Defoe, el novelista se rodeará de una empalizada de hechos tangibles: las casas maravillosamente sólidas de Balzac, el aroma de los puddings de Dickens, los mostradores de botica de Flaubert y los interminables inventarios de Zola. Cuando descubra una huella de pisada en la arena, el novelista sacará la conclusión de que se trata de Viernes, que está al acecho en la maleza, no creerá en el rastro de un duende o, como en el mundo de Shakespeare, en la fantasmal pisada del «dios Hércules, a quien Antonio amó».”
E inevitablemente surge la pregunta: “Pero, en verdad, ¿son comparables Tolstói y Dostoievski? ¿Es algo más que la fábula de un crítico imaginar un diálogo entre sus dos espíritus y un mutuo conocimiento? Los principales obstáculos para una comparación de esta clase provienen de la falta de material y de las disparidades en magnitud. Por ejemplo, no poseemos los bocetos para La batalla de Anghiari; así, no podemos comparar lo que lograron Miguel Angel y Leonardo cuando fueron rivales en invención artística. Pero la documentación sobre Tolstói y Dostoievski es abundante. Sabemos qué pensaban uno del otro y lo que Ana Karénina significaba para el autor de El idiota. Sospecho, además, que en una de las novelas de Dostoievski se encuentra una alegoría profética del encuentro espiritual de él mismo con Tolstói. No hay entre ellos ninguna discordancia de estatura: ambos eran titanes. Los lectores del siglo XVII fueron probablemente los últimos que vieron a Shakespeare como una figura comparable a las de los dramaturgos coetáneos suyos. Ahora, para nuestra admiración, tiene una ingente estatura. Al juzgar a Marlowe, Jonson o Webster, levantamos un cristal ahumado contra el sol. Esto no es válido para Tolstói y Dostoievski. Ambos significan para el historiador de las ideas y para el crítico literario una conjunción única, como planetas vecinos, de igual magnitud y mutuamente perturbados por sus órbitas. Desafían toda comparación.”
Tolstói o Dostoievski, que apareció en 1960, fue el primer libro de George Steiner. Pero, pese a ese carácter primerizo, en sus brillantes e iluminadoras páginas están ya configuradas la excelencia, la lucidez y la agudeza de uno de los críticos imprescindibles de la segunda mitad del XX y comienzos de XXI. Un crítico de largo alcance e inusual hondura, dueño de una perspectiva global de la tradición occidental que se resume en párrafos como este:
Tolstói pedía que sus obras fuesen comparadas a las de Homero. Mucho más que el Ulises de Joyce, Guerra y paz y Ana Karénina encarnan el resurgimiento del estilo épico, de un nuevo ingreso en la literatura de tonalidades, prácticas narrativas y formas de articulación que habían declinado en el arte poético occidental después de Milton. Pero comprender por qué esto es así, para justificar ante nuestra inteligencia crítica esos inmediatos e indistintos reconocimientos de elementos homéricos en Guerra y paz, requiere una concienzuda y escrupulosa lectura. En el caso de Dostoievski hay una similar necesidad de una más vasta perspectiva. Se ha aceptado generalmente que su genio era de índole dramática, que en ciertos aspectos significativos fue el temperamento dramático más amplio y natural desde Shakespeare, comparación que el mismo Dostoievski sugirió. Pero sólo después de la publicación y traducción de gran número de borradores y libros de apuntes de Dostoievski —material del que haré amplio uso— ha sido posible trazar las múltiples afinidades entre la concepción dostoievskiana de la novela y las técnicas del drama. La idea de un teatro, como la ha llamado Frances Fergusson, ha sufrido una brusca decadencia, por lo que respecta a la tragedia, después del Fausto de Goethe. El linaje que procedía de Esquilo, Sófocles y Eurípides parecía haberse interrumpido. Pero Los hermanos Karamázov es una obra firmemente enraizada en el mundo de El rey Lear, en la novela dostoievskiana, el sentimiento trágico de la vida, a la manera antigua, es totalmente reanudado. Dostoievski es uno de los más grandes poetas trágicos.
También esta reseña es el resultado de una deuda de gratitud y admiración por uno de los maestros de la crítica contemporánea, el que escribió precisamente Lecciones de los maestros, un título que resume su legado luminoso, que en español está reunido en la admirable Biblioteca de Ensayo de Siruela.
13 mayo 2025
Antología de Javier Lostalé
CONFESIÓN
Escribo porque me salva, porque es lo único que me queda, porque fija un sonido, unas luces, el final de un acto de amor, el escenario de unas horas de deseo. Escribo porque están conmigo los que ya nunca estarán, porque bajo al mar desde la mesa donde apoyo la cuartilla y me quedo quieto en la memoria de un cuerpo, y prolongo unas voces hasta perder la noción del tiempo (días y años juntos, apretados en un instante que me deja sin defensa). Escribo porque al abrir el seno de una palabra encuentro la iluminación última del beso, porque pronuncio a solas mi única verdad: esa que después desmiento con mi vida. Escribo porque hay un llanto íntimo que me purifica desde que comienzo a hacer signos en el papel, porque poseo las cosas desde su respiración humana y puedo habitar aquello de lo que fui desterrado. Escribo para ser joven y alimentar una esperanza radical, para tener lo que no tengo y escuchar lo que nunca me dijeron. Escribo porque nunca fue más bello el engaño.
Ese texto, con el que Javier Lostalé abría en 1995 La rosa inclinada, es el que se ha colocado como pórtico de Revelación, la antología de su obra poética que publica Bartleby con selección y prólogo de José Cereijo, que señala que “un poco a la manera de lo que afirmaba Proust (‘La verdadera vida, la vida por fin descubierta y aclarada, la única vida, por consiguiente, plenamente vivida, es la literatura’), también para Lostalé lo vivido solo consigue plenitud en la experiencia de la escritura, que es entonces, como también sucedía en el autor francés, un ejercicio de lucidez; pero lo que en este aparece volcado hacia afuera, mediante una rememoración minuciosa de personas y sucesos, es en Lostalé, como decíamos antes, indagación íntima. Que no cae nunca, por otra parte, en la autocontemplación más o menos narcisística, porque no es la historia del individuo concreto que lleva su nombre lo que aquí se busca, sino una indagación a fondo en la condición humana, tal como se revela dentro de sí mismo; no, por tanto, la historia de un hombre, sino la del hombre.”
Una antología generosa y representativa de una trayectoria (una “biografía poética”, en palabras de Cereijo) en la que el propio Lostalé reconoce una “evolución que se corresponde con la edad y con lo vivido. En los primeros libros lo autobiográfico predomina, luego la poesía se va desvinculando del yo y el lenguaje se va haciendo cada vez más esencial. Es lo que ha ocurrido a partir de Tormenta transparente.”
Con Tormenta transparente, que apareció en 2010, recuperaba su voz tras un largo silencio. Y esa voz recuperada tenía una nueva tonalidad -más reflexiva, menos confesional-, que es el resultado de un viaje desde la existencia hacia la esencia, de un recorrido desde la experiencia hacia lo hondo y de un creciente despojamiento poético que se reflejaría también en sus tres libros posteriores: El pulso de las nubes (2014), Cielo (2018) y Ascensión (2022), que toma su título de este espléndido poema:
No necesita alas tu ascensión.
Basta con haber sido visitado
por una transparencia sin tiempo ni espacio
en la que en único latido seas
sin saber nada de su origen,
solo dispuesto a consumarte
en entrega fiel a su enigma
donde entera leas tu vida
sin despertar de su música más secreta.
La luz de la memoria y el silencio del olvido en la niebla del mundo, el fuego del deseo y las sombras de la ausencia, la conciencia existencial y la purificación a través del fulgor revelador de la palabra recorren la poesía de Lostalé, un insistente ejercicio de búsqueda de la esencia y la plenitud, como en este texto de su último libro, que refleja el adelgazamiento del verso y su despojamiento expresivo:
PLENITUD
¿Qué mudo relámpago
puebla a quien ama?
¿Quién hasta su sombra invade
para en su respiración resucitar?
Sus oídos en insolación
escuchan siempre los mismos pasos,
y en surtidores de luz
su mirada se empaña
mientras se pronuncia
dentro de otro ser.
Todo el paisaje
es un pulso virgen
que se aduna
al horizonte de su pensamiento.
Sin hora ni lugar
en cuanto dice se consuma.
Vive ya sin nombre,
como quien no se pertenece
al ser solo un cautivo
de tan plena libertad.
12 mayo 2025
Las naves quemadas de Sánchez-Ostiz
¿Qué hace un escritor de más de 70 años zascandileando en las redes? ¿Encontrar los lectores que no ha tenido en vida? ¿Tan importantes son esos rutinarios “Me gusta”?
Es uno de los fragmentos de Las naves quemadas, la espléndida antología de la prosa de no ficción de Miguel Sánchez-Ostiz que ha preparado Alfredo Rodríguez y publica La Isla de Siltolá en su colección Levante.
Resultado brillante de un trabajo de cinco años de recopilación, selección y ordenación de fragmentos de esa zona de la obra de Miguel Sánchez-Ostiz, lo que ofrece este amplio volumen no es una simple sucesión de fragmentos selectos.
Porque, presentados y organizados en un nuevo libro, esos fragmentos procedentes de sus diarios y sus memorias, de sus artículos, sus libros de aforismos o sus ensayos adquieren otros significados añadidos al formar parte de una estructura, distinta e independiente de la original, que va tejiendo la composición de la antología y los obliga por tanto a establecer una nueva relación mutua.
Una relación que sin tergiversar su sentido originario los hace dialogar entre sí en el nuevo contexto autónomo de esta antología de la obra de quien es, en palabras del antólogo, “uno de los más grandes escritores en prosa de nuestro país, alguien que lleva más de cuarenta años en la Literatura y ha publicado ochenta libros, y que ha cultivado el mundo de las letras prácticamente en todas sus facetas.”
En doce apartados de títulos orientadores ha organizado Alfredo Rodríguez esta magnífica selección miscelánea: Del oficio de escritor; Escribir un Diario; Libros, libros, libros; Sobre la poesía y los poetas; De la tregua con la vida y otros momentos de plenitud; Con nombre propio; Del paso del tiempo, la memoria y los recuerdos; De la vida y de su lado oscuro; Con fama de maldito, a contrapelo y ‘outsider’; De tus peores enemigos; Negra historia de la tierra y Del descalabro social.
De esa pluralidad de temas, intereses y enfoques deriva también la diversidad de tonos y perspectivas, de afinidades y de afectos (Álvarez, Perucho, Umbral, Félix Grande…), de desencuentros y decepciones que asoman en estas páginas para construir una imagen completa y poliédrica del Sánchez-Ostiz escritor y lector, inevitablemente y a la vez persona y personaje que, entre lo público y lo íntimo, delimita su perfil insobornable y su independencia en textos como estos:
Está la bandería. No parece posible expresar libremente lo que uno piensa sin ganarse un enemigo, un enemigo que no es anónimo, que tiene nombre y rostro, y que no perderá la oportunidad de demostraros su enemistad. Y eso solo tiene su origen en que no se admite otra forma de vida que la más primitiva y brutal de los clanes cerrados. Hay que pertenecer a alguno, por lo visto, de lo contrario uno está perdido. No es posible pensar distinto, pensar por cuenta propia, tener libertad de conciencia, ejercitarla, sin que esa actitud, estrictamente personal, despierte la animadversión la sospecha, la innoble acusación, el ominoso rumor, y en algunos bandos la delación. Claro que si el empeño de uno es lograr una aceptable libertad de conciencia, todas esas pejigueras le deben importar una higa.
Escritor de provincias. Ese oficio en el que el resentimiento, el rencor, la envidia y los celos son el viento, el motor y la argamasa segura y a la vez más inconfesable.
Los aduladores de hoy acaban siendo tus peores enemigos.
El éxito del prójimo y sus particulares trabajos se admiten mal y se perdonan peor.
La ciudad prohibida de las letras hispanas, una sociedad de halagos mutuos en la que no es fácil entrar, pero sí salir.
Tarde o temprano compruebas que los amigos de tus enemigos no pueden ser tus amigos.
Como señala Alfredo Rodríguez en su prólogo -‘Escribir para no rendirse o Por la fronda de Miguel Sánchez-Ostiz’-, “todos estos escritos autobiográficos y literarios, entretejidos con cada fibra de su vida e historia, constituyen un ejemplo por antonomasia del escritor total, del creador absoluto, de aquel que en el trabajo literario siempre ha encontrado su mayor liberación, porque su espíritu era ese trabajo y no entendía la vida sin él.”
Así lo resume el propio Sánchez-Ostiz en varios fragmentos de esta completisima y trabajada antología:
¿Para qué escribir? Para no darse por vencido, para no rendirse. Es lo que quise hacer desde muy joven. La verdadera muerte es desertar. Es preciso vencer la desgana, la tentación de echarlo todo a rodar, de considerar este poco de oficio un empeño fútil.
Escribes porque es lo tuyo, porque es en ese tablero de la escritura donde pusiste en juego tu vida, a trancas y barrancas, con claridades y borrascas. Porque escribiendo te sientes vivo, situado en lo real.
Se haya convertido en lo que se ha convertido, la escritura es mi único asidero, una forma de combatir este tiempo negro.
A uno le importa ya un bledo que le digan en tono peyorativo que se encierra en su torre de marfil o que busca refugio en el refinamiento, porque así es en efecto. Y diré que no es empeño fácil.
Cierra el volumen una Bibliografía que reúne los más de treinta títulos de la parte de la obra de Sánchez-Ostiz que se recoge en esta antología. Una antología que -explica Alfredo Rodríguez- “pretende buscar el deleite y la reflexión del lector, además de animarlo a introducirse en el vasto mundo de la obra diarística de alguien que no sólo es uno de los narradores más brillantes de nuestra literatura actual, sino un escritor total, un escritor todoterreno, que es capaz de desdoblarse simultáneamente en el tiempo en la escritura de diferentes libros, y va dejando aquí, en estos textos escogidos, buen rastro de ello.”
11 mayo 2025
Haikus de José Luis Morante
Noches y días;
viajeros sedentarios
sin cobertizo.
De ese haiku procede el título -Viajeros sedentarios- de la reunión de haikus que José Luis Morante publica en la colección que La Garúa reserva para esa modalidad poética. Una colección que en su formato breve y en su diseño refleja el limpio minimalismo de los textos que contiene.
Escritos entre 2020 y 2024, como explica el poeta en el prólogo -‘Encuentros’-, “los haikus de Viajeros sedentarios acogen el contacto con lo efímero, el suceso mínimo cotidiano y la maraña de encuentros con protagonistas y secundarios de la vida social. Suman instantáneas. Despliegan rutinas y dibujan con trazo descriptivo la dermis del tiempo. Son eclécticos. Aluden a facetas dispares del aquí en el ahora, a esa aparente acción tocada por la contingencia que ya dobla la esquina.”
La contemplativa Oficio de mirar y la sinestésica El rumor de la luz son las dos partes en las que José Luis Morante organiza los haikus de este volumen. Y contemplación y sensorialidad son precisamente dos de las claves del género fijado por el poeta japonés Matsuo Bashō (1644-1694). La intuición del instante, eternizado por encima del tiempo en versos intemporales, la mirada espiritual a la naturaleza, el paisaje como proyección de los estados de ánimo, la concentración expresiva, la sugerencia sutil, la leve melancolía son otras de las características que hacen del haiku una de las manifestaciones más estilizadas y sutiles de la poesía universal.
Ezra Pound, que lo sabía, lo asumió en su escritura poética, como Octavio Paz entre nosotros: la indeterminación elusiva, la concentración de la sugerencia, la potencia connotativa son rasgos diferenciales del lenguaje poético. Y por eso Pound y Paz encontraron en la poesía oriental -china o japonesa- una de las raíces fundamentales de su obra.
Y a esa tradición se suman estos haikus de José Luis Morante, que proyecta en ellos un proceso poético y espiritual en el que se funden el sujeto y el objeto, el poeta y la realidad, la sensibilidad y la inteligencia, la mirada y la palabra que aspira a la desnudez y el despojamiento, a la transparencia y la serenidad:
No decir nada.
Que cuenten los silencios
relatos mudos.
“En el camino de Viajeros sedentarios -escribe Morante en la ‘Nota’ final- la callada labor de cuatro otoños. Los haikus crecieron despacio, buscando luz solar. Naturalidad y transparencia.”
Haikus que se alimentan de visiones y de intuiciones, de iluminaciones verbales sobre el rumor sereno del agua en la calma de la noche, sobre el silencio del jardín, sobre la lluvia o el fuego, sobre la memoria y la conciencia del tiempo:
Alza sus brazos
la palidez del día.
Es cuanto queda.
Zona de sombra.
Huye la luz de nuevo.
Me deshabita.
En muchos de estos textos, tan elusivos y fugaces como las sensaciones que los suscitan, se solapan la mirada exterior y la meditación para expresar un simbolismo del paisaje que revela el interior del que lo mira:
El aire prueba
un perfume de salvia,
mana de ti.
Mirar arriba
y que la luz restañe
la cicatriz.
10 mayo 2025
Santiago Montobbio. La libertad de la poesía
ÁRBOLES. ÁRBOLES. TIERRA. AIRE.
Para los pulmones. Para el alma.
Alzo la vista y veo cómo los árboles
no solo se dirigen sino diríase
que aspiran al cielo. Desde la raíces
de más adentro de la tierra del alma
también así el poema.
Es uno de los poemas de La libertad de la poesía, el último libro de Santiago Montobbio.
Híbridos de poesía y prosa reflexiva, los textos La libertad de la poesía se suceden en la convivencia del verso y la prosa, del poema y el diario, del ensayo breve y las notas de lectura sobre Rosa Chacel o Corpus Barga, Valente y Ramón Gaya, Vinyoli y Guillén, Westphalen y Borges, Elytis y Seferis.
Ordenados cronológicamente por orden de composición -entre el 19 de julio de 2021 y el 18 de octubre de 2022-, los textos de mantienen su coherencia textual sobre un fondo creativo común, meditativo y existencial, y en conjunto trazan la imagen del escritor y el hombre que habla en ellos sobre temas como el tiempo y el paisaje, la escritura y la vida, la naturaleza y la ciudad, la oscuridad y la luz, el diálogo con la madre o la reflexión sobre la poesía como refugio, como conocimiento y como forma suprema de libertad:
SOL DE LAS NOCHES. SOL DE LOS DÍAS.
Poesía. Esto siento, me digo y escribo
mientras estoy sentado al sol en un banco
del Paseo de Gracia junto a mi madre
y al lado de nuestra Pedrera querida,
que nos sorprendió ver el otro día en una imagen
pasada, sucia. Sol de los días, sol
de las noches, poesía. Has de encontrarla.
En un banco al sol o en una imagen antigua,
en rotas y perdidas imágenes de tu vida,
en ratos buenos como éste, con un buen sol
y al aire libre, tras el horrible día de ayer.
Has de encontrar y has de decir, adivinar
en el decir, callar en el adivinar y adivinar
en el silencio aun, en el maravilloso, profundo silencio
como el aire. Aire nuestro. Sol de las noches,
de los días. Poesía.
Y bajo la mirada celebratoria del poeta, que se impone sobre la percepción melancólica del mundo, transitan estos poemas por el mar y el campo, la noche y la luz, la lluvia y la luna:
LA LUNA SOBRE LAS ACACIAS ALTAS,
en lo más alto de ellas
ya casi sin flores por
el trabajo del viento
-el trabajo y el tesón.
Pero la luna aún más alta
y sobre ellas. Así tú, poesía,
en la vida.
09 mayo 2025
Fragmentos de Javier Sánchez Menéndez
“La maldad nunca aparece en la noche, no llega con ella. Porque la noche es luz, es verdad, y es concepto”, escribe Javier Sánchez Menéndez en uno de los Fragmentos que publica Detorres Editores en su colección Año XXV.
Enmarcados por tres citas de Cervantes y presididos por una referencia del Génesis a la lucha de Jacob y el ángel en Peniel, los textos de Fragmentos son “pentimentos” en los que Javier Sánchez Menéndez convoca a la manera unamuniana a la razón y el sentimiento para iluminar las sombras que recorren el libro y el espacio del tiempo reflejado en el espejo.
Palabra y naturaleza, belleza y sombra, emoción y pensamiento, arte y conciencia, tiempo y poesía, ética y verdad recorren estas páginas que reflejan la presencia de un hombre ante un espejo: el de la reflexión profunda y el de la lectura lenta, el de los ángeles del tiempo y el doloroso y liberador vaciado interior de sí mismo hasta “eliminar de nuestro conocimiento todo conocimiento.”
A través de reflexiones y citas y bajo la presencia tutelar de Rilke, “el único sacerdote del templo de la poesía”, Sánchez Menéndez regresa en la recomposición de estos Fragmentos a los temas medulares que vertebran toda su obra reflexiva y poética.
Una obra que probablemente alcanza sus momentos más profundos en la secuencia de once espejos sobre el arte y la representación de la realidad, sobre la contemplación, el sueño y las sombras que culmina con este:
Las sombras. Barrie. El libro XI de Odisea, el libro 6 de Eneida, Temporada en el infierno de Rimbaud.
Las sombras.
El más allá. El mundo de las sombras.
Las sombras nos acercan a los enigmas, a las visiones trascendentes que los antiguos denominaban «sombras».
Textos propios y referencias ajenas que resumen la ética y la estética del autor, que escribe en uno de estos fragmentos:
Un poeta sin estética nunca escribirá versos auténticos. Pero, aunque posea la codiciada estética, si hay ausencia de ética en sus planteamientos, nunca logrará el equilibrio.