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14 diciembre 2016

En la revista Alga




“Por lo que se refiere a la Colaboración especial, está dedicada al poeta Santos Domínguez Ramos, pues su obra constituye un referente de la poesía actual”, escribe Goya Gutiérrez en el editorial que presenta el número 76 de la Revista de Literatura Alga, que se edita en Castelldefels. 

Que digan esas cosas mis amigos es, más que nada, una demostración de afecto. Que lo hagan desde la redacción de una revista con la que no me une más relación que la del poeta con sus lectores es una enorme satisfacción. Y un orgullo ante una consideración que agradezco mucho y que quiero personalizar en la figura de su directora, Goya Gutiérrez, que sabe de mi aprecio por su labor como poeta y como responsable de esta publicación que empezó a editarse en 1983 y que ha mantenido desde entonces un altísimo nivel de calidad.

Verse en el apartado de la Colaboración especial con una muestra representativa de mi poesía más reciente es un privilegio seguramente excesivo, sobre todo cuando se comprueba que en ese apartado especial me han precedido nombres como Cortázar, Ingeborg Bachmann, Cernuda, Olga Orozco, Ángel Crespo, Nikolai Gumiliov, Elsa López, Eugenio Montale o Paul Celan.

Estar en compañía de tales nombres, que -esos sí- son referentes ineludibles de la poesía sin calificativos, es un honor -lo reitero-, excesivo, aunque eso no me impide dejar aquí, con uno de los inéditos, Bajo los tilos, mi agradecimiento a quienes tienen mi poesía en tan alta consideración. 


BAJO LOS TILOS



La tarde del 20 de julio de 1812 
Beethoven camina del brazo de Goethe 
por la avenida principal de la ciudad balneario 
de Teplitz, en Bohemia.


Sobre la hora crecida de la tarde templada 
vibraba largamente la luz, y los sonidos
fluían bajo los tilos de un lento balneario. 

Acompasan sus pasos el genio que no duda, 
el sabio satisfecho de sí mismo, 
pulcro y ceremonioso,
y el indómito músico, el sordo algo salvaje
que no obedece normas y desconcierta al sabio
con su creación sin riendas.

No se entienden apenas 
quien redujo el color a una teoría
o expresó la mirada en fórmulas de física 
y el que echaba de menos los rumores de Viena
o el ruido de las hojas del tilo bajo el viento.

A aquel que hizo del mundo un tema razonable, 
pero pidió más luz en su agonía,
le inquietaba el sonido, lo que no se controla,
lo que no se regula con normas ni preceptos.

No comprendió la música de quien buscó en sus notas,
sin orden, con concierto,
resistir las angustias, 
vencer el sinsabor y los fracasos.

Mientras vibraba al fondo 
la luz incomprensible del piano,
la tarde iba cumpliendo sus cuadrantes exactos,
los círculos de nieve de un tiempo misterioso.