Páginas

02 agosto 2018

Georg Steiner. Lecciones de los maestros




El genio individual es tan conspicuo en la historia de las ciencias como en la de la literatura y las artes. Pero importa mucho menos. La Divina comedia no se habría escrito sin Dante, las Variaciones Goldberg sin Bach. La temprana muerte de Schubert deja espacios de sensibilidad sin llenar. Esto no sucede ni en las matemáticas ni en las ciencias. Se dice que un trabajo de álgebra puede revelar un estilo personal. Otro algebrista, sin embargo, habría resuelto el teorema de Fermat o llegado a la conclusión de Riemann. Darwin no fue otra cosa que el más concienzudo y consecuente de una manada de investigadores en zoología y geología que trabajaban simultáneamente en el umbral de una teoría de la evolución y selección naturales. Una docena de centros de investigación y «aceleradores de partículas» se afanan hoy con los mismos enigmas en la física de partículas y en la cosmología. Las publicaciones en revistas científicas, los anuncios en las páginas científicas de Internet llevan a menudo treinta o más firmas. Las teorías, los descubrimientos, las soluciones matemáticas son, en un sentido fundamental, anónimas y colectivas, sea cual fuere la gloria que la casualidad o las relaciones públicas hayan otorgado a este o aquel individuo. Este trabajo en equipo y la naturaleza inevitable de la tarea —si no se llega hoy al resultado, se llegará mañana— son muy diferentes de lo que experimentan el discípulo del filósofo o el compositor incipiente en una clase magistral. No hubo nada de inevitable en la teoría de las ideas de Platón ni en la Capilla Sixtina.

Georg Steiner. 
Lecciones de los maestros
Traducción de María Condor. 
Siruela. Madrid, 2004.