31 mayo 2020

Que llueva siempre



No grita su pesar, únicamente dice adiós 
a quien merodea su desidia, 
se levanta entre pausas y murmura 
un nombre: M. bañado en lágrimas. 

Sin embargo no desea nada, ni el abandono 
que es justo y acertado buscar al final de un viaje, 
ni los labios más rojos que el amor ha dibujado 
una tarde para él, sin vergüenza y sin el inmundo 
oficio de los cuerpos. 

Es el personaje que tose desde su silla 
ensangrentada y tiene mucho, mucho, mucho frío. 
Nos ha mirado con pena y nos señala 
por casualidad las flores.

Así termina el poema inicial de Que llueva siempre, el último libro de Luis Miguel Rabanal que publica Huerga y Fierro. 

'Un hombre que dice adiós' es el título de ese poema que anuncia la tonalidad y la temática de este libro, organizado en tres partes y que forma con Los poemas de Horacio E. Cluck y Matar el tiempo la trilogía Postrimerías.

El medio centenar de poemas de largo aliento y lenta cadencia que lo componen son el resultado de un emotivo recorrido por la memoria y el amor, un recuento de naufragios y de pérdidas y resumen un aprendizaje del dolor y una historia personal del corazón.

Postrimerías que están más patentes en este último volumen que en buena medida es una serena despedida. Y así precisamente, 'Como una despedida', se titula de forma muy significativa el poema que lo cierra. Termina con estos versos que contienen la cifra del sentido de sus poemas:

El espejo de tu aflicción finalmente ha quebrado.
Y esperas que te restituya alguien aquello
que pudo pertenecer a otro y fue tuyo,
el rostro del niño que, subido en una silla,
parlamenta ante ti de héroes y de los muslos de C.

Al fin y al cabo, como tú sabes bien, nos mata
poco a poco la vida.