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21 mayo 2021

Ali Smith, una revelación

 





Son las tres páginas iniciales de Primavera, la tercera entrega del monumental ejercicio literario que es el Cuarteto estacional de Ali Smith (Inverness, 1964), que está publicando en lengua española Nørdicalibros con magníficas traducciones de Magdalena Palmer.

Encabezada, como las anteriores entregas, por una cita de Shakespeare, Primavera es, tras las ya publicadas Otoño e Invierno, una nueva manifestación del ambicioso proyecto narrativo que la autora publicó entre el otoño de 2016 y el verano de 2020, mientras hacía coincidir las fechas de publicación con el transcurso de las estaciones aludidas en cada uno de los títulos.

Con este párrafo que arranca con una parodia de Dickens, otro de sus referentes, comenzaba Otoño, el título inicial de la tetralogía, que discurría sobre el trasfondo de un Reino Unido roto por el referéndum del Brexit:

Era el peor de los tiempos, era el peor de los tiempos. Otra vez. Es lo que tienen las cosas. Se descomponen, siempre lo han hecho y siempre lo harán, forma parte de su naturaleza. El mar arrastra hasta la orilla a un hombre viejísimo. Parece un balón de fútbol pinchado con la costura reventada, como esos de cuero que se usaban hace un siglo. El mar revuelto le ha arrancado la camisa del torso; desnudo como el día nací, son las palabras que le vienen a la cabeza, que le duele al moverla. Pues entonces no la muevas. ¿Qué tiene en la boca, tierra? Es arena, la nota debajo de la lengua, cruje entre sus dientes mientras entona su canción de arena.

El reflejo crítico del presente, el paso del tiempo y la incomunicación, el individuo y la sociedad, el amor y la política, el conflicto entre el norte y el sur, la historia y la naturaleza, Trump y las redes sociales, la experimentación y la exigencia recorren la obra de Ali Smith, construida con la potencia verbal de esa prosa ágil e hipnótica, brutal y divertida que brillaba también en las primeras líneas de Invierno:

Dios había muerto: para empezar.
Y el romanticismo había muerto. La gallardía había muerto. La poesía, la novela, la pintura, todas habían muerto, y el arte había muerto. El teatro y el cine habían muerto. La literatura había muerto. El libro había muerto. El modernismo, el posmodernismo, el realismo y el surrealismo habían muerto. El jazz había muerto, la música pop, disco, rap, la música clásica: muertas. La cultura había muerto. La decencia, la sociedad, los valores familiares habían muerto. El pasado había muerto. La historia había muerto. El Estado del bienestar había muerto. La política había muerto. La democracia había muerto. El comunismo, el fascismo, el neoliberalismo, el capitalismo, todos muertos; el marxismo, muerto, y el feminismo también muerto. La corrección política había muerto. El racismo había muerto. La religión había muerto. El pensamiento había muerto. La esperanza había muerto. La verdad y la ficción habían muerto. Los medios de comunicación habían muerto. Internet había muerto. Twitter, Instagram, Facebook, Google, todos muertos.
El amor había muerto
La muerte había muerto.
Muchísimas cosas habían muerto.
Sin embargo, otras no habían muerto, de momento.
La vida todavía no había muerto. La revolución no había muerto. La igualdad racial no había muerto. El odio no había muerto.
Pero ¿los ordenadores? Muertos. ¿La televisión? Muerta. ¿La radio? Muerta. Los móviles habían muerto. Las baterías habían muerto. Los matrimonios habían muerto, las vidas sexuales habían muerto. La conversación había muerto. Las hojas habían muerto. Las flores habían muerto, muertas en su agua.


Sus novelas no son fáciles: su fuerza es proporcional a la entrega que piden al lector. Pero, brillantes y complejas, exigentes y lúcidas, miran al presente problemático de los nacionalismos excluyentes, las migraciones y el Brexit, de las complicadas relaciones personales en la era de la realidad virtual o el coronavirus, del futuro apocalíptico y el cambio climático con su habitual desgarro irónico y una oculta esperanza, con un complejo entramado de historias y personajes, con diálogos muy vivos y con una prosa envolvente que vuelve a sorprender al lector desde el comienzo de esta Primavera, quizá la más sombría del ciclo, pero la que paradójicamente deja más sitio a la esperanza:

Ahora no queremos Información. Lo que queremos es desconcierto. Lo que queremos es repetición. Lo que queremos es repetición. Lo que queremos es a los poderosos diciendo la verdad no es la verdad. Lo que queremos es a parlamentarios electos diciendo se afila el cuchillo se le clava en el pecho y se retuerce cosas como tráete tu propia soga queremos que los diputados del partido gobernante griten suicídate en la cámara de los comunes a los miembros de la oposición queremos personas poderosas que digan que quieren ver a otras personas poderosas descuartizadas en bolsas de plástico en el congelador queremos que las mujeres musulmanas sean objeto de chanza en una columna del periódico queremos las risas queremos que el eco de esas risas las persiga allá donde vayan. Queremos que aquellos a quienes llamamos extranjeros se sientan extranjeros necesitamos que les quede claro que no pueden tener derechos a menos que nosotros lo digamos. Lo que queremos es indignación ofensa distracción. Lo que necesitamos es afirmar que pensar es elitista que el conocimiento es elitista lo que necesitamos son personas que se sientan abandonadas desposeídas lo que necesitamos son personas que sientan. Lo que necesitamos es pánico queremos pánico subconsciente también queremos pánico consciente. Necesitamos emoción queremos virtud queremos ira. Necesitamos todo ese rollo patriótico.