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22 mayo 2021

En Cuadernos del Sur, sobre Regulación del Sueño






“Una poesía que nos reconcilia con el estertor de las grandes palabras y la sabiduría de lo observado y entre las tinieblas de nuestro mundo trata de conquistar ese río de la memoria, la música encendida o la imprecisión de una tarde con su tiempo detenido. Una poesía para entender la existencia, para comprender nuestro mundo y creer en la bondad de la palabra instruida que deleita con su capacidad para mostrar lo observado”, escribe Francisco Morales Lomas, crítico y presidente de la Asociación de Escritores y Críticos de Andalucía en la generosa y profunda reseña de Regulación del sueño que publica hoy en Cuadernos del Sur. Se accede al original pinchandoen la imagen.


Cosmovisión, tiempo y memoria

Francisco Morales Lomas

Santos Domínguez Ramos es uno de los poetas extremeños más relevantes con una amplia trayectoria que le ha valido premios tan significativos como el Gil de Biedma, Eladio Cabañero, Barcarola, Kutxa-Ciudad de Irún, Juan Ramón Jiménez, Rafael Morales… Su última obra, Regulación del sueño, ofrece su particular cosmovisión adentrándose en temáticas de raigambre clásica como el tiempo, la paradoja de luces y sombras, el paisaje, la memoria… con intención de ofrecer su privativa teoría del conocimiento. Cuarenta poemas estructurados en dos partes («Canta una voz sin tiempo», 20 poemas, y «Desde un lugar opaco», 19 poemas) con un poema prologal que infiere en el comienzo el título de ambos: «Desde un lugar opaco/ canta una voz sin tiempo/ una canción oscura/ con la garganta del olvido». Una poesía muy cuidada en la creación de imágenes y bastante precisa en la construcción de un mundo personal que va surgiendo desde un distanciamiento preciso y desapasionado con referentes como Cernuda, Machado, Milosz, Pound, Celan o Gamoneda. Desde ese paisaje natural siempre presente, el poeta se adentra en las aguas fermentadas de la memoria buscando una salida, es como entrar en un laberinto, con la distancia de los seres, objetivando el encierro, tan consustancial a todos. Una especie de Teseo que sueña en este hueco del mundo, en su contundente vacío y espera que la memoria lo conmueva, en esa especie de bosque sagrado que es la palabra, «el alfabeto cifrado de los árboles».

Hay en su rico flujo verbal una inmersión en el ser, en su sustancia y en su particular cosmovisión, ese río innumerable de la memoria y de la vida, consumado de abismos, en el jardín de Bosco con «los colores del miedo,/ la metáfora loca de los vicios humanos». Una palabra que trata de navegar por «la luz incandescente de un tiempo sin orillas/ y el silencio inclemente de la piedra fundida». Su poesía tiene ese conato de recorrido por la luz y las sombras, por los silencios y las heridas, por un mundo sin sentido, por ese desorden que crean los corredores de las sombras y el estupor ante un tiempo en «la eternidad inmóvil del momento». Una lírica profunda, culta, que nos encierra en su propio ser y con la que trata de construir esa visión del ser en esta tierra de promisión, bajo la simbología de una tarde que ocupa el mundo con su fuego y su ceniza.

Domínguez Ramos construye con fortaleza su particular descripción de la existencia en unos versos de carácter simbólico que ofrecen la aventura del conocimiento y se adentran en la oscuridad, en los silencios de ese bosque siempre presente, en un otoño que no tiene fin: «Atraviesas el bosque/ en busca de las huellas de la fuente.// Cima del riesgo, viva razón de la presencia/ en el centro del círculo:/ el viento, el soplo herido que canta en lo nocturno». En ese simbólico bosque se alimenta de la memoria, en la escala que crean los arpegios del silencio, el temblor del tiempo detenido, en la penumbra de luz o en esa ausencia del corazón. Cuando ese juego ambivalente de luces y sombras se apodera de todo en un aire juanramoniano que revela el estremecimiento de la tarde y la germinación de un tiempo circular que se va alimentando de todo ese particular mundo y germina. Siempre hay una necesidad de que esa memoria esté presente como un «desolado ángel azul» e irrumpa en «el cristal quebradizo de los sueños», para acaso enseñarnos que «los sueños no existen», y las sombras galopan sobre todo como fieles consejeros del silencio. Se va apoderando del poema ese campo semántico de las antítesis luces y sombras en un alegórico bosque donde todo va pareciéndose cada vez más a la ceniza, como en el poema «De lo oscuro a lo oscuro»: «De lo oscuro a lo oscuro,/ como una llama viva y una urna de ceniza/ en la almendra vacía de la noche del mundo”.

Una poesía que nos reconcilia con el estertor de las grandes palabras y la sabiduría de lo observado y entre las tinieblas de nuestro mundo trata de conquistar ese río de la memoria, la música encendida o la imprecisión de una tarde con su tiempo detenido. Una poesía para entender la existencia, para comprender nuestro mundo y creer en la bondad de la palabra instruida que deleita con su capacidad para mostrar lo observado.


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