“Un escritor no elige sus temas, los temas lo eligen a él. García Márquez no decidió, mediante un movimiento libre de su conciencia, escribir ficciones a partir de sus recuerdos de Aracataca. Ocurrió lo contrario: sus experiencias de Aracataca lo eligieron a él como escritor. Un hombre no elige sus «demonios»: le ocurren ciertas cosas, algunas lo hieren tanto que lo llevan, locamente, a negar la realidad y a querer reemplazarla. Esas «cosas» que están en el origen de su vocación, serán también su estímulo, sus fuentes, la materia a partir de la cual esa vocación trabajará. No se trata, desde luego, ni en el caso de García Márquez ni en el de ningún otro escritor, de reducir el arranque y el alimento de la vocación a una experiencia única: otras, en el transcurso del tiempo, complementan, corrigen, sustituyen la inicial. Pero en el caso de García Márquez la naturaleza de su obra permite afirmar que aquella experiencia, sin negar la importancia de otras, constituye el impulso principal para su tarea de creador”, escribía Mario Vargas Llosa en García Márquez: Historia de un deicidio, un ensayo imprescindible sobre Cien años de soledad y sobre la vida y la obra de Gabriel García Márquez.
Cincuenta años después de su primera edición, Alfaguara rescata ese libro que sigue siendo un estudio fundamental y una obra de referencia sobre García Márquez y el realismo mágico.
Un estudio monumental en el que tan memorables son sus reflexiones sobre el mundo novelístico del colombiano como las páginas sobre sus influencias: las novelas de caballerías, Sófocles, Virginia Woolf, Faulkner, Hemingway o Defoe.
Un análisis insuperable de esa novela insuperable y de sus precedentes, una indagación sobre el novelista y sus demonios, sobre las claves biográficas, de lectura y de creación de Cien años de soledad, de sus estrategias narrativas en torno a un eje de referencia: el impacto de la vuelta con su madre a una Aracataca vacía y deteriorada que no tenía nada que ver con aquella en la que había pasado su infancia. A partir de esa experiencia traumática, explica Vargas Llosa, García Márquez emprende la tarea de fundar una realidad alternativa:
Este pueblo que no es, será; la realidad acaba de desmentir la Aracataca de su memoria; él dedicará su vida a desmentir a la realidad, a suplantarla con otra que creará a imagen y semejanza del modelo ilusorio de sus recuerdos y que nacerá contaminada de la terrible desilusión, de la compacta soledad de este instante. [...] La elección de esa vocación de suplantador de Dios hará posible que, algún día, esta derrota que acaba de sufrir por obra de la realidad se convierta en victoria sobre esa misma realidad.
Desde 1971 y hasta su reedición en 2006 por Galaxia Gutenberg en el volumen de sus Ensayos literarios, Historia de un deicidio era un libro inencontrable, tan mítico como Cien años de soledad. Vargas Llosa no había permitido su reedición exenta por razones extraliterarias que darían (según enfoques) para una novela, un cuento o un sainete.
La búsqueda de la novela total es la clave de lectura de Cien años de soledad como la historia de un deicidio, de una suplantación, en la que el novelista crea una nueva realidad autónoma. Así lo resume este párrafo:
Escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios que es la realidad. Es una tentativa de corrección, cambio o abolición de la realidad real, de su sustitución por la realidad ficticia que el novelista crea. Éste es un disidente: crea vida ilusoria, crea mundos verbales porque no acepta la vida y el mundo tal como son (o como cree que son). La raíz de su vocación es un sentimiento de insatisfacción contra la vida; cada novela es un deicidio secreto, un asesinato simbólico de la realidad.
En sus casi setecientas páginas de análisis minuciosos brilla el lector incisivo y generoso que es Vargas Llosa, una característica que se refleja también en Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina, el otro volumen con el que Alfaguara recupera otro documento indispensable y casi inencontrable: el que reproduce el diálogo público sobre la novela en América Latina que mantuvieron, tres meses después de la aparición de Cien años de soledad, García Márquez y Vargas Llosa, dos devotos de Faulkner, en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Lima en dos sesiones multitudinarias, el 5 y el 7 de septiembre de 1967, que se corresponden con las dos partes en las que se editó ese diálogo en un volumen que se publicó en 1968 y se agotó pronto, por lo que ha venido circulando desde hace muchos años hasta ahora en fotocopias.
Fue, como recordaba Vargas Llosa en la entrevista de julio de 2017 que se incorpora a esta edición, “uno de los pocos diálogos públicos de García Márquez, que era bastante huraño y reacio a enfrentarse a un público. Detestaba las entrevistas públicas porque en el fondo tenía una enorme timidez, una gran reticencia a hablar de manera improvisada.”
Un librero de Bogotá afirmaba que en estas conversaciones “había más lecciones valiosas sobre el oficio de novelista que en cualquier facultad de Literatura.” Lo recuerda en ‘Palabras recuperadas’, uno de los textos con los que se presenta este volumen, el novelista colombiano Juan Gabriel Vásquez, que escribe:
Y qué fascinante es ver a Vargas Llosa comentar el libro de su colega a mano alzada, improvisando una crítica tan penetrante y lúcida que Historia de un deicidio, el estudio que publicó cuatro años después, nos podría parecer una mera profundización o ampliación de las ideas expuestas en Lima.
Aquí está ese Vargas Llosa: el novelista-crítico, dueño de una conciencia exacerbada de su oficio, siempre con el bisturí en la mano. Al lado, García Márquez hace grandes esfuerzos por defender su imagen de narrador instintivo, casi salvaje, alérgico a la teoría y mal explicador de sí mismo o de sus libros. No es así, por supuesto: García Márquez sabía muy bien para qué servía cada uno de los destornilladores de su caja de herramientas. Y conocía muy bien, como todo gran novelista, el arte de leer: las palabras que aquí dedica a la influencia de William Faulkner, o a su presencia en la nueva novela latinoamericana, valen lo que cualquier tesis de cientos de páginas.
Preparada por Luis Rodríguez Pastor, esta edición incorpora al núcleo de la conversación entre García Márquez y Vargas Llosa un conjunto de textos y testimonios de José Miguel Oviedo, Abelardo Oquendo, Abelardo Sánchez León, que evoca aquel diálogo como “un acontecimiento genial, maravilloso, fluido, entretenido y muy importante”, y Ricardo González Vigil, para quien “ese dúo mayor del Boom de la novela latinoamericana ejecutó un concierto literario como nunca escuchado antes y después en mi existencia.”
Completan el volumen las valoraciones recientes de Vargas Llosa en una entrevista de 2017 sobre la vida y la obra de García Márquez; dos entrevistas concedidas por García Márquez a dos periódicos limeños en aquellos primeros días de septiembre de 1967 y un álbum fotográfico con instantáneas de aquellas conversaciones y de aquel encuentro entre dos novelistas excepcionales.
Desde el rigor crítico del peruano y desde la vitalidad creativa del colombiano, el volumen tiene como núcleo un intenso diálogo sobre la vida y la literatura, la realidad y la ficción, la imaginación y la experiencia. En ese contexto conversacional, García Márquez hace afirmaciones como estas:
Antes que todo yo creo que el principal deber político de un escritor es escribir bien. No solo escribir bien en cuanto a escribir en una prosa correcta y brillante, sino escribir bien, ya no digo escribir sinceramente, sino de acuerdo con sus convicciones. A mí me parece que al escritor no hay que exigirle concretamente que sea un militante político en sus libros, como al zapatero no se le pide que sus zapatos tengan contenido político. Me doy cuenta de que el ejemplo es bastante superficial, pero lo que te quiero decir es que no es correcto pedirle al escritor que convierta su literatura en un arma política, porque en realidad si el escritor tiene una formación ideológica y una posición política, como creo que yo las tengo, eso está implicado necesariamente en la obra.
Y Vargas Llosa estas otras:
Yo lo que creo es que toda buena literatura es irremediablemente progresista, pero con omisión de las intenciones del autor. Un escritor con una mentalidad como la de Borges, por ejemplo, profundamente conservadora, profundamente reaccionaria, en cuanto creador no es un reaccionario; no es un conservador; yo no encuentro la obra de Borges (aunque sí en esos manifiestos que firma él) nada que proponga una concepción reaccionaria de la sociedad, de la historia, una visión inmovilista del mundo, una visión, en fin, que exalte, digamos, el fascismo o cosas que él admira como el imperialismo. Yo no encuentro nada de eso...