HILOS INVISIBLES
Si me asomo al centro,
solo veo la certeza de la duda.
Puedo sentarme sobre mis rodillas,
acercarme al borde
y observar sus contornos.
Hay caminos por los que anduve
y otros que fueron descartados
por mis pies vacilantes.
Hay sueños atados con hilos invisibles
que sobrevuelan la duda y
sueños cumplidos preguntándose
cómo serían de no haber sido.
Hay una ciudad entera
repleta de rostros sin nombre
y un pequeño pueblo abandonado
con un río que me habla.
Hay un silencio que ya no grita
en mi memoria clavado
y ruido de palabras,
palabras y más palabras
que no dicen nada.
Hay un agujero
en el centro del centro
al que lanzarse
cuando, torpe y ridícula,
corro el riesgo de olvidar
que lo único seguro
es la duda.
Si me asomo al centro,
solo veo la certeza de la duda.
Puedo sentarme sobre mis rodillas,
acercarme al borde
y observar sus contornos.
Hay caminos por los que anduve
y otros que fueron descartados
por mis pies vacilantes.
Hay sueños atados con hilos invisibles
que sobrevuelan la duda y
sueños cumplidos preguntándose
cómo serían de no haber sido.
Hay una ciudad entera
repleta de rostros sin nombre
y un pequeño pueblo abandonado
con un río que me habla.
Hay un silencio que ya no grita
en mi memoria clavado
y ruido de palabras,
palabras y más palabras
que no dicen nada.
Hay un agujero
en el centro del centro
al que lanzarse
cuando, torpe y ridícula,
corro el riesgo de olvidar
que lo único seguro
es la duda.
De ese autorretrato de la incertidumbre que evoca los hilos invisibles de los sueños toma su título Hilos invisibles, el último libro de Sara Zapata, que publica El sastre de Apollinaire.
Un autorretrato que se amplía y se perfila nítidamente en el resto de los poemas del libro para dejar el testimonio de una mirada compasiva hacia la realidad, el recorrido agridulce por los recuerdos y las heridas, la celebración de la vida en el renacer circular del ciclo de la vida, porque
En eso consiste vivir, pienso ahora,
pese a todo, por encima de todo:
en creer.
Es la intensa forma de estar en el mundo y habitarlo con la palabra de quien escribe:
Esta vez vengo a hablar de lo cotidiano,
vengo a engalanar lo corriente,
quiero sacar a bailar al día a día,
elevar a la condición de singular
el café de las mañanas,
el consabido camino al trabajo.
Convertir en épica
mi mano jugando con tu pelo,
el bostezo de mis hijos,
la sonrisa del perro del cuarto
y las malas pulgas de mi vecina.
Esta vez quiero hallarme en lo común,
contemplar admirada
la monotonía de la rutina,
pues es ahí,
en el murmullo de lo repetido,
en todo aquello que, de tan frecuente,
se nos vuelve invisible,
ahí, donde se encuentra
la calma de mis días.