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13 agosto 2021

Enfermedad y literatura




Esta cuarta consideración —las posibilidades metafóricas que ofrece una enfermedad— tiende a primar sobre las demás: una metáfora lo bastante cautivadora puede llevar a que un autor incluya en una obra una enfermedad harto desagradable. Un buen ejemplo de ello sería la peste. Como ejemplo de sufrimiento individual, la peste bubónica no ofrece ventajas, pero en términos de devastación social generalizada es insuperable. En dos obras escritas con tan sólo veinticinco siglos de diferencia la peste ocupa el centro de la escena. En Edipo rey, varias plagas azotan Tebas —hay cosechas arruinadas, niños que nacen muertos y así de seguido—, pero, tal como se la entiende generalmente, la peste se refiere a la bubónica. La peste cobra el significado que le damos, en efecto, porque puede arrasar con ciudades enteras en poco tiempo; porque puede barrer con sus poblaciones como un enviado de la ira divina. Y por supuesto la ira divina está a la orden del día en el comienzo de la obra de Sófocles. Dos milenios y medio más tarde, Albert Camus no sólo usa la enfermedad, sino que titula una novela La peste (1947). De nuevo, no le interesa tanto el sufrimiento individual como el aspecto comunal y las posibilidades filosóficas. Al examinar cómo una persona afronta la devastación generalizada que causa la enfermedad, Camus puede poner en práctica su filosofía existencialista en un ambiente ficticio, de cara al aislamiento y la incertidumbre causados por la enfermedad, la naturaleza absurdamente azarosa del contagio, la desesperación del médico ante una epidemia incontrolable, el deseo de actuar incluso reconociendo la inutilidad de la acción. Ni Camus ni Sófocles utilizan la peste de manera muy sutil ni complicada, pero al hacerlo abiertamente nos enseñan cómo se puede emplear la enfermedad de manera menos central. 

 Thomas C. Foster. 
Leer como un profesor. 
Traducción de Martín Schifino. 
Turner. Madrid, 2015.