Se me hacía necesario fijar por escrito todos esos extraordinarios sentimientos, todas aquellas vivencias irrepetibles que fueron discurriendo una tras otra en mi periodo andaluz […], pero no limitándome a narrar meros acontecimientos vividos en Andalucía entre 1902 y 1904, sino elevando la vida de aquellos años a categoría lírica, a emociones, a la belleza más pura, al dolor más desgarrado, porque si de algo estoy convencido es de que no volveré a sentir la vida con la plenitud que la sentí allí, a partir de 1902…
Esas líneas forman parte del capítulo que abre La huida del ingeniero Spinell, la novela de Miguel Vega que publica Europa Ediciones.
Desde esa obertura, ambientada en Bolzano en el otoño de 1909, la voz del narrador protagonista, el ingeniero de minas alemán Ernst Spinell, conduce una novela rememorativa que reconstruye tres años decisivos (1902,1903, 1904) en la trayectoria vital y profesional del personaje, cuyo apellido evoca al del protagonista de un relato de Thomas Mann, nacido -como Spinell- en la báltica Lübeck.
Tras dejar atrás su insatisfactorio pasado, Spinell llega al sur de España, al norte de Andalucía, a una ciudad minera que es inconfundiblemente Linares, la antigua Cástulo, para afrontar dos retos paralelos: uno personal: el de reinventarse tras un fracaso matrimonial; y otro profesional, el de recuperar la rentabilidad de una explotación minera en crisis. Ambos retos los irá afrontando y superando a lo largo de los veinte capítulos de la novela, organizada en dos partes simétricas, en una progresión que culmina en la plenitud de la huida a París que da título al capítulo final y a la obra.
La transformación del protagonista, en España -transformación que afecta simbólicamente a su cambio de nombre de Ernst a Ernesto- le permite superar las heridas del pasado y vivir su época de apogeo con su amante María Garzón.
Buen lector, aspirante a poeta, culto y melómano, Spinell se adentra en las tradiciones españolas, se interesa por la tauromaquia y el flamenco, por la arqueología, la historia y la mitología, que se dan cita en las páginas de una novela que tiene como contrapuntos artísticos la poesía de Rilke y la ópera de Wagner, en especial Tristán e Isolda, que se vincula simbólicamente con la historia sentimental del ingeniero.
Los cantes mineros, la taranta y la saeta, el tenis y el fútbol, toreros y arqueólogos, cantaores, sindicalistas y aristócratas conviven en esta novela que acredita la solvencia literaria de Miguel Vega, la agilidad de su prosa sólida, proyectada en una narración consistente y dotada de un ritmo que se sostiene sobre la figura de un protagonista construido de dentro a fuera y perfilado por sus encuentros con un buen número de personajes bien trazados, sobre el uso acertado de la descripción y sobre la construcción de los diálogos, que discurren siempre con admirable naturalidad.
Decía más arriba que la novela describe el desarrollo de dos retos paralelos. En realidad esos retos son tres: a los dos que asume el ingeniero al comienzo de su viaje a España hay que añadir el que afrontaba el propio autor cuando se propuso escribir esta novela. Y ese es también un logro conseguido por Miguel Vega, que a medida que avanza la obra se muestra cada vez más dueño de su mundo narrativo.