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13 octubre 2022

Arqueologías de Ada Salas




En el confuso cruce de tiempos que evoca la cita inicial de María Zambrano se sitúan los poemas de Arqueologías, el último libro de Ada Salas que publica Pre-Textos.

Para penetrar en esa red de diversas mallas, el pasado y el presente se funden en el pórtico que da acceso a las dos partes -Antiquarium y Civitas- en las que se articula la obra. Comienza con estos versos:

Acceder 
al sustrato 
-un paisaje que no 
habíamos previsto-. 
Lo que fuimos aflora por 
entre las piedras 
sube por entre las raíces 
seca 
el borde de las hojas 
quema la punta de las ramas. 
Lo que fuimos entonces constituye un paisaje 
-constituye el paisaje-.

Dos adverbios temporales -entonces ahora- y dos de lugar -allí y aquí- enmarcan el tiempo y el espacio de los poemas de esta incursión en la arqueología de la memoria, fijada en un aún que da la clave del sentido existencial y poético de sus textos.

Pero sólo pensaba en lo poco 
que pesa 
un cuerpo entre lo ingrávido. Y creo 
que no quise 
despertar de esa noche 
                                       -te digo 
si preguntas 
lejano y extranjero 
de pie frente a mi tumba, 

se lee al final de Tuffatore, un poema inspirado en el sublime nadador que desde la tumba de Paestum detiene en su salto el tiempo frágil que separa la vida de la muerte. Situado en el centro del libro, al final de la primera parte, quizás ningún poema refleje mejor que ese el sentido de esos cruces temporales en un  aún en el que se instalan nuestra levedad y nuestra fugacidad ante lo insondable.

La de Ada Salas es una poesía del descenso hacia lo hondo, hacia “lo oscuro fecundo” desde la depuración verbal, desde la desnuda intensidad con que llega su mirada interior al ahora desde un entonces, en una tarea de excavaciones en la memoria para hallar en sus restos -en “el verde que supuran nuestros huesos / el verde que es el musgo / de nuestra calavera”- la vigencia de un tiempo circular en donde (“aún // esa belleza”)

es preciso cantar 
como si el mundo 

comenzara de nuevo.

Porque “hay una claridad que viene desde dentro” y brota la vida desde lo enterrado, surge de la sombra una luz que sube desde abajo y asciende a la conciencia desde debajo del dolor o del amor, desde las presencias o las desapariciones, “para que el hueco aflore para / que florezca”, porque “todo / lo que ahora ves // estuvo sepultado.”

Y entonces la mirada se eleva desde los recuerdos y las piedras, desde lo histórico o lo íntimo, desde la herida y la sangre hacia los pájaros y los árboles, hacia las flautas y las estrellas fugaces calcinadas hace siglos:

escucha el firmamento mira cómo 
perece y se renueva 
perece y se renueva 

perece 

y se renueva.

Y entonces, otra vez, desde los pecios de los yacimientos y el hueso de la necrópolis, desde las zarzas y las espinas, desde el sarcófago y el aljibe “asoma entre las nubes un azul / que nunca has conocido.”