De aquellos años primeros,
tus recuerdos son monedas
que encontraste en las veredas
de un tiempo sin aguaceros.
Sin huerto ni limoneros,
sin rosas ni su fragancia,
no son recuerdos tu infancia
de un patio al sol de Sevilla,
pero su luz también brilla
todavía en la distancia.
Este poema, Moneditas, escrito “con Antonio Machado en el recuerdo”, es uno de los textos inaugurales de Cuando eran una vida los veranos, de Víctor Jiménez.
Escritos con el aire leve del arte menor, sus versos tienen la deliberada sencillez expresiva de la línea clara que caracteriza a su autor y mantienen la disciplina verbal de la rima. Por esta emocionada azulejería de la memoria desfilan los recuerdos infantiles, recortados contra el fondo espacial de Alcalá de Guadaira, aquella Alcalá de los panaderos de los sesenta y los setenta: las travesuras y la inocencia, los miedos sostenidos y las águilas patronales, los piratas y los exploradores, los indios y los americanos, las bicicletas y los primeros amores, los títulos de películas que enhebran la memoria nostálgica y transfigurada del paraíso perdido.
Apuntes de Alcalá es el subtítulo de este libro en el que, como escribe Lutgardo García Díaz en su prólogo -‘Contagiando acentos’-, el poeta “ha tomado escenas de su infancia, que, de un modo u otro, es la de todos, y las ha encendido con el oro de la memoria. Una memoria donde hay luz, hay esplendor, pero también dolor.”
Como en el último poema, Esplendor en la ausencia, un melancólico ubi sunt? que deja en el final un poso de tristeza por la pérdida irreparable de la infancia y los veranos:
Dónde el tiempo entre las manos,
los juegos, las ilusiones,
los besos y las canciones
de aquellos días lejanos
en los cálidos veranos
que dan a la adolescencia.
Dónde el fulgor y la esencia
de aquellas tardes vividas.
Y tantas cosas perdidas
en la distancia y la ausencia.