Cuando se conmemora el centenario del nacimiento de Italo Calvino (1923-1985), Siruela renueva con un atractivo diseño su imprescindible Biblioteca Calvino. “Hemos querido actualizar -explica la nota editorial- la estética de sus obras en consonancia al mundo del propio Calvino, entre la fantasía y la Historia, y hemos tomado como inspiración un antiguo alfabeto del siglo XVI. Nuevas cubiertas para acercar a las nuevas generaciones al más importante de los autores italianos del siglo XX.”
Uno de los primeros títulos de esta colección actualizada es Las ciudades invisibles, un libro de 1972 que desde entonces es una de sus obras más memorables. Con ella inauguraba un ciclo novelístico que completarían El castillo de los destinos cruzados (1973) y Si una noche de invierno un viajero (1979).
Con una magnífica traducción de Aurora Bernárdez, lo abre una nota preliminar que reproduce el texto de la conferencia pronunciada por Calvino el 29 de marzo de 1983 para los estudiantes de la Graduate Writing Division de la Columbia University de Nueva York.
En esa conferencia iluminadora explica Calvino algunas de las claves compositivas de Las ciudades invisibles:
“Las ciudades invisibles se presentan como una serie de relatos de viaje que Marco Polo hace a Kublai Kan, emperador de los tártaros. (En la realidad histórica, Kublai, descendiente de Gengis Kan, era emperador de los mongoles, pero en su libro Marco Polo lo llama Gran Kan de los Tártaros y así quedó en la tradición literaria).
[…]
A este emperador melancólico que ha comprendido que su ilimitado poder poco cuenta en un mundo que marcha hacia la ruina, un viajero imaginario le habla de ciudades imposibles, por ejemplo una ciudad microscópica que va ensanchándose y termina formada por muchas ciudades concéntricas en expansión, una ciudad telaraña suspendida sobre un abismo, o una ciudad bidimensional como Moriana.”
A finales del siglo XIII, tras sus viajes por el imperio mongol de Kublai Kan, el viajero veneciano dicta en una prisión genovesa a Rustichello da Pisa los recuerdos de sus viajes. Con ese material se publicaría Il milione, conocido en español como El libro de las maravillas, un relato más valioso como literatura fantástica que como descripción geográfica del mundo.
Aquel intrépido comerciante veneciano estaba inaugurando así un género, el relato de viajes, que con su fusión de lo real y lo maravilloso estaba más cerca de la literatura fantástica que del tratado de geografía o de antropología.
Sin este modelo, Italo Calvino no hubiera podido construir esta minuciosa cartografía del sueño que tituló Las ciudades invisibles.
Calvino organiza las cincuenta y cinco ciudades invisibles con nombres de mujer (Armilla, Isaura, Tamara, Maurilia, Pentesilea, Berenice, Adelma, Perinzia, Clarisa, Zenobia.. .) en once categorías: Las ciudades de la memoria, Las ciudades y el deseo, Las ciudades y los signos, Las ciudades sutiles, Las ciudades y los intercambios, Las ciudades y los ojos, Las ciudades y el nombre, Las ciudades y los muertos, Las ciudades y el cielo, Las ciudades continuas y Las ciudades escondidas.
Hay cinco ciudades que representan cada una de esas cinco categorías. Y de cada una de ellas habla Marco Polo en cinco fragmentos que se van alternando en la meditada estructura de los nueve capítulos del libro, que contienen cinco textos -cinco ciudades- cada uno, salvo el primero y el último, que tienen diez.
“Como un lector más -afirmaba Calvino en su conferencia- puedo decir que en el capítulo V, que desarrolla en el corazón del libro un tema de levedad extrañamente asociado al tema de la ciudad, hay algunos de los textos que considero mejores por su evidencia visionaria, y tal vez esas figuras más filiformes («ciudades sutiles» u otras) son la zona más luminosa del libro.”
Este es el primero de los cinco textos que integran esa quinta sección del libro, la que destacaba Calvino como su centro:
Las ciudades sutiles. 5
Si queréis creerme, bien. Ahora diré cómo es Octavia, ciudad-telaraña. Hay un precipicio entre dos montañas abruptas: la ciudad está en el vacío, atada a las dos crestas por cuerdas y cadenas y pasarelas. Uno camina por los travesaños de madera, cuidando de no poner el pie en los intersticios, o se aferra a las mallas de una red de cáñamo. Abajo no hay nada en cientos y cientos de metros: pasa alguna nube; se entrevé más abajo el fondo del despeñadero.
Esta es la base de la ciudad: una red que sirve para pasar y para sostener. Todo lo demás, en vez de alzarse encima, cuelga hacia abajo; escalas de cuerda, hamacas, casas en forma de bolsa, percheros, terrazas como navecillas, odres de agua, piqueras de gas, asadores, cestos colgados de cordeles, montacargas, duchas, trapecios y anillas para juegos, teleféricos, lámparas, tiestos con plantas de follaje colgante.
Suspendida en el abismo, la vida de los habitantes de Octavia es menos incierta que en otras ciudades. Saben que la resistencia de la red tiene un límite.
Cada uno de los nueve capítulos va enmarcado por un diálogo inicial y un diálogo final entre Marco Polo y el emperador. Diálogos que contienen fragmentos como este:
Al llegar a cada nueva ciudad el viajero encuentra un pasado suyo que ya no sabía que tenía: la extrañeza de lo que no eres o no posees más te espera al paso en los lugares extraños y no poseídos.
Marco entra en una ciudad; ve a alguien vivir en una plaza una vida o un instante que podrían ser suyos; en el lugar de aquel hombre ahora hubiera podido estar él si se hubiese detenido en el tiempo tanto tiempo antes, o bien si tanto tiempo antes, en una encrucijada, en vez de tomar por una calle hubiese tomado por la opuesta y después de una larga vuelta hubiese ido a encontrarse en el lugar de aquel hombre en aquella plaza. En adelante, de aquel pasado suyo verdadero e hipotético, él está excluido; no puede detenerse; debe continuar hasta otra ciudad donde lo espera otro pasado suyo, o algo que quizá había sido un posible futuro y ahora es el presente de algún otro. Los futuros no realizados son sólo ramas del pasado: ramas secas.
-¿Viajas para revivir tu pasado? -Era en ese momento la pregunta del Kan, que podía también formularse así: ¿Viajas para encontrar tu futuro?
Y la respuesta de Marco:
-El otro lado es un espejo en negativo. El viajero reconoce lo poco que es suyo al descubrir lo mucho que no ha tenido y no tendrá.
Pero esos diálogos no sólo enmarcan la sucesión de textos de cada capítulo con la descripción de esas ciudades que “como los sueños, están construidas de deseos y de temores,” sino que aportan las claves de su lectura. El último diálogo se cierra con estas líneas memorables :
El Gran Kan ya estaba hojeando en su atlas los mapas de las ciudades amenazadoras de las pesadillas y las maldiciones: Enoch, Babilonia, Yahóo, Butúa, Brave New World.
Dice:
-Todo es inútil, si el último fondeadero no puede sino ser la ciudad infernal, y donde, allí en el fondo, en una espiral cada vez más cerrada, nos absorbe la corriente.
Y Polo:
-El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.
Un libro contemporáneo de los prodigios que surgen del cruce del espejismo y la memoria, del sueño y la vigilia, de la nostalgia y el deseo, el ojo y la palabra, la observación y la imaginación, el tiempo y el espacio. Literatura en estado puro que llega mañana a las librerías en esta nueva edición.